JUNIO
2005


Lotos de oro, esencia del encanto femenino chino

Por INESA PLESKACHEUSKAYA

Excursión primaveral, pintura tradicional china

Aún hoy es posible ver en China a ancianas con pies increíblemente pequeños, caminando con pasitos entrecortados y apoyándose las veces con un bastón. Estas nonagenarias son las últimas dotadas de “lotos de oro de tres pulgadas” (sancunjinlian, en chino), o pies pequeños a la fuerza. Ellas son remanentes de la milenaria tradición china – ya desaparecida- de vendar los pies de las mujeres desde su niñez para hacerlas más atractivas.

De acuerdo con antiquísimas leyendas, la primera mujer que se vendó los pies para darles forma de media luna fue Yao Niang, esposa del emperador Li Yu, de la dinastía Tang (618-907), quien ordenó la construcción de un escenario en forma de flor de loto, para que sobre él su amada mujer pudiera embelesarlo con los bailes que sabía interpretar con los pies vendados.

Pero algunos historiadores rechazan que éste haya sido el origen de los lotos de oro, e insisten en que el primer caso data de la dinastía Song (960-1279). Lo que sí queda claro, es que la práctica estuvo vigente por al menos dos mil años.

La misma se generalizó primero entre damas de noble alcurnia, para luego extenderse a todas las áreas de la sociedad feudal, pasando de un mero capricho a una cruel imposición. Los pies pequeños eran considerados como la máxima expresión de intimidad y sensualidad en el cuerpo femenino. La quintaesencia del encanto en una mujer. Toda muchacha con los pies correctamente limitados tenía las mejores perspectivas de casamiento, y las prostitutas con las extremidades inferiores dolorosamente truncadas solían atraer a los clientes más ricos.

Para describir esta tortura se acudió a siete caracteres clásicos chinos, sancunjinlian, que expresaran el concepto de unos pies “delgados, pequeños, agudos, curvos, fragantes, suaves y simétricos.” En la China medieval, los hombres ricos bebían su vino en jinlian bei, vasos con forma de zapatitos de “loto de oro”.

Existe asimismo la teoría de que los pies femeninos no se vendaban con fines estéticos, sino con el fin más terrenal de garantizar que las esposas permanecieran en casa y no se comunicaran con nadie más que con sus maridos. Si esto era lo que se pretendía, de seguro funcionaba, pues los pies vendados eran un procedimiento seguro para limitar el desplazamento. El Confucianismo, con su énfasis en mantener el orden dentro del núcleo familiar y, por supuesto, la castidad, contribuyó con creces a popularizar esta costumbre.

El caminar de las mujeres con pies vendados enloquecía a los hombres chinos, que andaban de baba caída mirando a las féminas mantener a duras penas el equilibrio sobre unos pies artificialmente diminutos. Aquel espectáculo de caderas bamboleantes era el súmmun del erotismo a la china. A ello se sumaban las anomalías pélvicas resultantes (constricción y esfuerzo permanente del sistema muscular completo).

Doloroso procedimiento

Para crearle a una mujer sus “lotos de oro” se empezaba por vendarle firmemente los pies a los cuatro años de edad, doblándole hacia adentro los ochos dedos menores de ambos pies en forma de cuña y obligándola a caminar de esta forma tan antinatural. Se continuaba este método cambiando el vendaje cada cierto tiempo, hasta que los huesos se quebraban y los pies dejaban de crecer, dando lugar a los lotos de marras. Se esperaba hasta la edad referida para evitar que, de hacerlo antes, la niña pudiera perder por entero la facultad de andar. Pero si se hacía pasada esa etapa, existía el riesgo de que los pies ya estuvieran bien formados y rechazaran el vendaje. Lo que al comienzo era un dolor insoportable se iba convirtiendo pasados unos cuatro o cinco años en una penita llevadera y unos pies deformes de por vida. Poco importaba el trauma si al final se conseguía la “hermosura.”

A través de la historia, los movimientos por la emancipación de la mujer han tenido sus especificidades nacionales. En China, las protestas contra los pies vendados tuvieron lugar durante el declive de la dinastía Qing (1644-1911) y alcanzaron su apogeo durante los primeros años de la era republicana (1911-1949). La tradición, empero, no fue fácil de desterrar. Incluso durante los primeros años que siguieron a la fundación de la Nueva China, se seguían deformando los pies femeninos en el campo. No en balde es posible ver en la actualidad a señoras de setenta años con sus lotos de oro en las zonas rurales.

¿Quién es bella en China?

El epitome de la belleza femenina -- delgada con dedos largos y afilados y suaves palmas en las manos, cejas finas, una cara oval y una boquita de capullo - se completaba con los “lotos de oro.” Las señoras de cuna noble se rasuraban el nacimiento del cabello una pulgada o más hacia atrás para dar la impresión de que tenían un mayor óvalo facial.

El resto del cabello se organizaba en complicados peinados con la ayuda de largos alfileres. A tales obras de alta peluquería se les comparaba con flores nobles, o se les denominaba “dragón que se divierte entre las nubes.”

Para verse más atractivas, las mujeres cubrían sus caras con polvo de arroz, se pintaban las mejillas de colorete y coloreaban sus labios con una sombra de "cereza madura."

Las bellezas chinas de antaño también utilizaban agua floral y jabón fragante, y se sentaban junto a los incensarios, de modo que las ropas se les impregnaran con el aroma del incienso.

En lo que concierne a la conducta, se esperaba que la expresión facial de una mujer fuera impasible y sus movimientos moderados y elegantes. Mostrar los dientes al reír era considerado señal de crianza deficiente.

Los chinos son muy dados a filosofar cuando de la conexión profunda entre el cuerpo y el alma se refiere. Creen que una mujer hermosa no es simplemente la que posee “lotos de oro,” sino aquella capaz de conversar sobre temas culturales, tales como pintura y poesía. Era, y es, creencia extendida que una de las cualidades femeninas más importantes es el encanto, al que se considera la energía mágica de la belleza, acechante debajo de una capa de obediencia.

El escritor Li Yu sostenía que el secreto del encanto femenino reside “en la capacidad para hacer que los años se esfumen, que lo ramplón parezca radiante y que lo mundano se vea sorprendente”. Decía que la capacidad de una mujer para ser encantadora y fascinadora “emanaba del cielo,” en un talento intuitivo que no podía heredarse. Insistía asimismo en que esta cualidad evasiva y sutil, al contrario de la belleza física, no desaparece con el paso del tiempo, y que quienes resultan bendecidas con tales dones son hermosas de por vida.

En la multinacional China , los conceptos de la belleza varían entre sus varias decenas de minorías étnicas. En el siglo XVII, los manchúes, fundadores de la dinastía Qing (bajo la cual, dicho sea de paso, no se vendaba los pies a las mujeres) vivían cautivados por la belleza de las mujeres de la etnia Han (mayoritaria en el país), por los que las convirtieron en sus esposas y concubinas por espacio de los dos siglos siguientes. Fue sólo en la segunda mitad del siglo XIX que la belleza de una mujer manchú sedujo al emperador Xianfeng. La cara de óvalo de Ci Xi, combinada con su alta estatura y voz resonante, la hizo descollar entre las demás concubinas del harén imperial. Tras saltar de la condición de concubina a emperatriz, la "pequeña orquídea" (como era su nombre de nacimiento) gobernó en este país enorme durante décadas, para envidia de los monarcas del mundo. La emperatriz se mantuvo joven y atractiva hasta los últimos años de su vida.

¿Crema humectante o mantequilla?

Quienes visitan hoy el Tíbet se sienten profundamente impresionados por la belleza de las mujeres locales, con su tez verde oliva, sus majestuosos modales y el brillante pelo negro atado en un manojo de trencillas entrelazadas con motivos negros y rojos. Pero debe ser difícil para los quisquillosos hombres europeos adaptarse al tufillo característico de la mantequilla derretida que despiden las damas en el llamado Techo del Mundo. Las ásperas condiciones naturales dictan inevitables métodos de cuidado estético en el Tíbet. El aire enrarecido, los vientos constantes y el sol ardiente generan un ambiente reseco que obliga a las mujeres a engrasar sus caras con mantequilla y a espolvorear tierra encima para proteger su piel contra los embates del clima.

Las muchachas de la minoría Li que habita en la isla subtropical de Hainan tienen la tradición de tatuarse los cuerpos. La leyenda atribuye esta costumbre a la reacción ante un caso en que un cacique abusó de una muchacha hermosa. Desde entonces, las chicas de la tribu han tatuado sus cuerpos, incluidos cuellos y piernas, para disfrazar su belleza y evitar así correr similar suerte. Hoy, tales decoraciones corporales harían las delicias del creciente número de fanáticos de la ilustración corporal en Londres o Nueva York.

Traje Mao Vs. Falda capitalista

Después de 1949, adaptándose a las nuevas exigencias de la ética y estética comunistas al uso, las mujeres chinas renunciaron a su feminidad. Cambiaron los vestidos por los atuendos denominados “trajes de Mao”, los peinados de moda por las melenas cortas y trenzas impersonales y se deshicieron de las “fruslerías burguesas” en que devinieron los polvos faciales, el colorete y el lápiz labial. Poniendo a un lado su ancestral inclinación por el acicalamiento, las féminas de aquella época se sumaron al llamado de dedicarse en cuerpo y alma a la construcción de la sociedad socialista.

Entre los grandes cambios que germinaron a la sombra de la política de apertura y reforma encabezada por el difunto líder Deng Xiaoping en 1978, estuvo el renacer del apetito femenino por el glamour. En los tiempos actuales florece la industria de los cosméticos, y pululan por doquier los salones de belleza. Al orden del día está la cirugía plástica, convertida en vehículo para dotar a las oblicuas miradas chinas de ojos de dobles párpados, realzar la nariz, inflar los pechos, reducir las arrugas y aplicar la liposucción. Los que acuden a los cirujanos plásticos son principalmente chinos cuyas edades fluctúan entre los 20 y los 40 años, si bien hay casos que incluso rebasan los 60 años. La mayoría de los padres apoya el deseo de sus hijas de aumentar su belleza en el quirófano, convencidos de que una buena apariencia puede traducirse en mejores oportunidades de buen empleo y matrimonio.

Muchos europeos se equivocan al creer que todos los chinos lucen iguales, sin percatarse de que ellos piensan lo mismo de nosotros. Durante una conferencia un chino me saludó dos veces en 15 minutos. Luego me explicó esta confusión como si la misma fuera obvia: “ustedes los europeos se parecen entre sí como una gota de agua a otra” Pienso que los rostros de China son tan diversos como en cualquier parte del mundo. ¿Y sabe usted cuál fue el comentario de mi madre al venir a China por primera vez? “¡Cuánta gente bella hay en este país!"

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