JUNIO
2005


Nanjing entre pasado y presente

Por ZHANG XUEYING

Testigo y memoria, obra artística realizada por estudiantes de arte de Guangzhou
Ciudadanos de Nanjing rinden homenaje a las v+ictimas de la matanza
Soldados japoneses masacran a civiles chinos

A diferencia de las grandes ciudades chinas, donde es común ver desplegados productos japoneses en sus versiones originales, en Nanjing todo lo que huela a nipón ha sido pasado por el filtro local. La cultura japonesa llega como un sucedáneo con fuerte sabor doméstico.

Por eso, los automóviles Lexus y Mazda que se desplazan por sus calles flanqueadas de árboles fénix, las películas Fuji que se expenden en la tienda de equipos fotográficos delante del Mausoleo de Sun Yatsen, las obras del escritor japonés Haruki Murakami que descansan en el mostrador de la librería al lado del lago Xuanwu, o los productos digitales de conocidas marcas japonesas que se expenden en los grandes almacenes del casco urbano nanjinés, están todos hechos en China.

Esta peculiaridad tiene mucho que ver con la historia de Nanjing, donde la presencia japonesa estuvo lejos de ser una bendición en los años 30 del pasado siglo. Basta evocar la Matanza de Nanjing, cometida por las tropas imperiales del vecino país en 1937, para que en la memoria colectiva de la ciudad se aticen amargas memorias. Por otra parte, y como reacción lógica, los empresarios nipones no se sienten atraídos en demasía por un lugar donde sus coterráneos de antaño sembraron muerte y cosecharon odio.

Todo lo anterior explica que las cifras de inversión japonesa en Nanjing resulten bajas en comparación con el volumen total del comercio bilateral entre China y Japón, ascendente en la actualidad a cientos de miles de millones de dólares. Para contrarrestar tal tendencia, las autoridades locales han emprendido una campaña de promoción comercial, en la cual han incluido viajes publicitarios a Japón desde 2003, los cuales comienzan a rendir frutos. En 2004, la inversión japonesa en Nanjing fue de 70 millones de dólares. Sin embargo, ya en el primer semestre de 2005 se han firmado 22 proyectos por valor acordado de 500 millones de dólares, según Wu Zhe, director del departamento de políticas y reglamentos de la Oficina de Comercio y Cooperación Económica con el Exterior de Nanjing.

En marzo de 2004, el alcalde Jiang Hongkun encabezó una delegación nanjinesa que viajó a ese país, donde promovieron una nueva imagen de apertura integral de Nanjing. Antes de este viaje, el Grupo Artístico Xiaohonghua de Nanjing y el Conjunto de Espectáculos Yunjin de Nanjing volaron a tierra nipona como avanzada cultural encargada de promover las bondades de su ciudad. En cada reunión con inversionistas locales, el alcalde Jiang explicó con entusiasmo, paciencia y espíritu de cooperación las ventajas del ambiente de inversión de Nanjing. También invitó a los empresarios japoneses que ya habían invertido en Nanjing a compartir sus experiencias.

Para Xiang Shaoming, uno de los miembros de la delegación, la visita del año pasado fue agotadora, pues tuvo que responder sin cesar preguntas de la prensa local sobre la Matanza de Nanjing. Él y sus compañeros tuvieron que repetir una y otra vez las frases chinas de “tomar la historia como un espejo” y “orientarse al futuro”, y explicar otras tantas que Nanjing es una ciudad amante de la paz.

Desde que las tropas imperiales japonesas cometieran la referida matanza, el 13 de diciembre de 1937, Nanjing ha devenido símbolo de la crueldad de la guerra y de la humillación impuesta al pueblo chino. En esa fecha, los soldados invasores saquearon la ciudad y cometieron todo tipo de crímenes, incluidos asesinatos a sangre fría y violaciones sexuales, dejando un saldo de 300.000 muertos. A partir de 1997, cada 13 de diciembre a las diez de la mañana, se activa una alarma aguda en toda la ciudad de Nanjing, como advertencia de que la historia no se debe olvidar. En memoria de ese día aciago se construyó el Palacio Conmemorativo de la Matanza de Nanjing. El Mausoleo de Sun Yatsen es otro monumento a la memoria de los caídos en la Guerra Antijaponesa. En Nanjing también se encuentran las ruinas del local que alguna vez acogió a las Esclavas Sexuales, forzadas a servir a las tropas ocupantes.

Por esas razones históricas, los japoneses temen a Nanjing. Ni siquiera los principales funcionarios comerciales de Nagoya, ciudad hermanada con Nanjing, osan poner pie allí. Aunque es cierto que muchas empresas de Nagoya han invertido en Nanjing, muy pocas son las que mantienen cooperación comercial con las empresas nanjinesas, si bien el panorama fuera de Nanjing es bastante diferente. Otras muchas ciudades de la provincia de Jiangsu llevan a cabo cada año actividades de atracción de inversión japonesa, entre las cuales sobresale la ciudad de Wuxi, que hoy por hoy absorbe una sexta parte del capital japonés colocado en China.

Y ello a pesar de que Nanjing aventaja a Wuxi en cuanto a infraestructura urbana, situación geográfica, recursos humanos y base industrial.

La sombra que arroja el pasado es difícil de disipar. En consecuencia, las autoridades nanjinesas tienen por delante una tarea ciclópea: desarrollar su economía - tan urgida de capital externo - recabando cuanta cooperación sea posible del Japón, uno de los socios comerciales más importantes del país, mientras, por otra parte, pugnan por que los japoneses asuman su responsabilidad histórica. Es un esfuerzo harto difícil, pues hasta la fecha la negativa de Japón a admitir a cabalidad los desmanes del pasado, actúa como principal freno al desarrollo de las relaciones económicas y comerciales.

En Nanjing cualquier tema relacionado con Japón puede provocar debates. Hace unos años, por ejemplo, un hotel de capital japonés, que se inauguró justo el día en que se conmemoraba la Matanza de Nanjing, fue atacado por ciudadanos indignados. Varios miembros de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino de la localidad propusieron cambiar el nombre del Palacio Conmemorativo de los Compatriotas Asesinados en la Matanza de Nanjing, por el de Centro de Paz Internacional de Nanjing de China. La propuesta provocó inmediata repercusión en la sociedad, y numerosos ciudadanos, incluidos representantes de chinos de ultramar, protestaron por el cambio del nombre.

Entre la memoria y el olvido.

El Palacio Conmemorativo de la Matanza de Nanjing suele invitar al anciano Chang Zhiqiang a dar conferencias a grupos de turistas en días feriados. Chang siempre se niega, a menos que se trate de grupos de japoneses. El anciano, que ya frisa los 80 años, es uno de los pocos sobrevivientes que pueden explicar la historia partiendo de sus propias experiencias. Según datos históricos, 235.000 personas sobrevivían a la matanza. De ellas sólo quedaban 2.630 en 1997.

En 1937 Chang tenía sólo 10 años. Vio con sus propios ojos cómo su padre y otros adultos jóvenes formaban una pared protectora con sus cuerpos para evitar que los enardecidos japoneses llegaran hasta las mujeres, niños y ancianos. Su madre, al intentar proteger a sus seis hijos, recibió dos bayonetazos. De igual manera fueron ultimados sus dos hermanos menores, que a su vez procuraban auxiliar a la madre. El hermano más pequeño, de sólo 2 años, murió congelado sobre el cadáver de su progenitora. La hermana mayor murió por infección bacteriana tras ser herida de bayoneta y violada.

Como muchos otros sobrevivientes, Chang rara vez evoca lo sucedido, ni siquiera ante sus propios hijos y nietos. “No quiero revivir el pasado. No soporto los detalles”, dijo y de inmediato los ojos se le arrasaron de amargo llanto. Antes de jubilarse, nunca había estado en el palacio conmemorativo. Quiso acercarse en una o dos ocasiones, pero las lágrimas le nublaban la vista en cada intento de traspasar el umbral.

En 1997, al ver por televisión los intentos de los derechistas japoneses por negar lo ocurrido, dio rienda suelta a su indignación, y se puso a escribir minuciosamente todas sus experiencias en la matanza. Era la primera vez que lo hacía. A partir de entonces, accedió a ofrecer ocasionales conferencias en el palacio. “Al principio, cuando vi a los visitantes japoneses, sentí un profundo odio, y se me encogió el corazón. Sin embargo, al escuchar mi narración, ellos lloraron y se arrodillaron. Algunos me hicieron reverencias. Entonces me sentí sorprendido e incómodo. Con el tiempo he ido comprendiendo que ya no les odio tanto. Cuando se aplaca el odio, uno se siente aliviado”, nos explicó. El anciano ya es capaz de distinguir entre los japoneses actuales y lo que fue el gobierno imperialista de aquella época. Eso es lo que quiere transmitir a sus descendientes, indicó, cuando sienta que ha llegado su hora final. “Pienso que no les resultará beneficioso saberlo demasiado temprano. Pero tampoco deben ignorarlo”.

Con todo, la memoria suele diluirse las veces cuando el tiempo ha actuado sobre ella con recurrente saña. La generación china más joven va sintiendo mucho menos el peso de lo ocurrido. Tal le sucede a Dong Yixin, una chica de 18 años que lleva año y medio trabajando de mesera en un restaurante de comida japonesa, abierto por chinos. En la calle donde se ubica el comercio hay cuatro restaurantes abiertos por japoneses. La chica estudia el idioma japonés con ahínco, esperanzada en poder trabajar algún día en un genuino restaurante japonés. “Me cuentan que el patrón del restaurante japonés es muy simpático, otorga vacaciones de siete días para fiestas como el Primero de Mayo o el Día Nacional. También paga sobres de gratificación con más dinero que los nuestros. Antes de empezar a trabajar, no tenía idea de cómo eran los japoneses. Pero después de incorporarme a este restaurante, me di cuenta de que los que vienen a comer aquí se muestran cultos y decentes. Me imagino que el patrón de aquel restaurante no sea mucho peor. Cuentan que allá ningún empleado quiere renunciar a su puesto”. No obstante, ella nunca ha informado a sus padres sobre cómo se gana la vida. De hacerlo, confiesa, “se me podría complicar mucho la vida, ya que ellos no conocen bien a los japoneses y quizás se preocupen por mí”.

En 2002 y 2004, el Instituto de Estudios Japoneses subordinado a la Academia de Ciencias Sociales de China realizó sendas encuestas de opinión pública respecto a Japón, las cuales muestran un incremento notable en la antipatía china hacia el vecino país. El porcentaje de los encuestados que sienten mucha simpatía y simpatía a secas por Japón subió levemente, del 5,9% al 6,3%, mientras que el de los que optan por mucha antipatía y antipatía se incrementó bruscamente, del 43,3% al 53,6%. Según Jiang Lifeng, investigador de dicho instituto, los diversos tipos de comunicaciones e intercambios entre los dos países sirven para promover el entendimiento y la confianza mutuos. Pero en los últimos años, este tipo de actividades no han sido felizmente encauzadas.

En búsqueda de la realidad histórica

¿Por qué tantos y tantos compatriotas nuestros sucumbieron a manos extranjeras? ¿Qué responsabilidad debían asumir los chinos de aquella época ante la corrupción y el atraso del país? ¿Cómo pudieron los japoneses matar a toda una ciudad? ¿Ocurrió la Matanza de Nanjing tal como se describe en el libro de texto de historia? Estas eran las interrogantes que acosaban a Zhang Sheng en su etapa de estudiante. Ahora Zhang es profesor adjunto dedicado a estudios sobre la Guerra Antijaponesa de la facultad de historia de la Universidad de Nanjing. En la actualidad, sus alumnos le hacen las mismas preguntas.

“Hoy la cuestión no es comprobar si existió o no la matanza, sino sacar a la luz los hechos reales de la misma que aún hoy siguen ocultos”, considera Zhang Sheng. En la actualidad, su universidad, junto con la Universidad Pedagógica de Nanjing y la Academia de Ciencias Sociales de China, está compilando un módulo de materiales sobre la Matanza de Nanjing. Se estima que el mismo contará con más de 12 millones de caracteres chinos, en 30 volúmenes. La primera partida de ejemplares se publicará en julio de este año.

Coautor de la compilación, Zhang Sheng explica que el material tiene por objetivo definir qué actitud debemos adoptar a la hora de enfocar la historia. “Antes teníamos una actitud de indulgencia, la cual consiste en devolver bien por mal. O sea, nos considerábamos un gran país y tratábamos con indulgencia a los demás, sin reparar en cuánto mal nos hacían. Pero la práctica de 50 años ha demostrado que este principio no es correcto. El costo de la guerra ha sido enorme y todavía quedan por responder preguntas al estilo de ¿cómo se salvaguardan los derechos de tantas personas que han perdido casa, familia y hasta la vida en la guerra, y quién debe consolarles y mitigar las penas que la guerra le ha infligido?”

Zhang reitera que debemos aclarar lo sucedido. “No debemos dejar de hablar porque el oyente se disguste”, reitera, para luego añadir: “El objetivo de hablar, es educar a los jóvenes que no han experimentado esta historia, y evitar que se repita la tragedia. Esperamos que los jóvenes entiendan que una China poderosa no podría ser humillada por los extranjeros. Esto es más importante”.

Con el fin de compilar una historia completa, Zhang y sus colegas han trabajado mucho, yendo de una biblioteca a otra dentro y fuera del país para recoger materiales. El trabajo duro les ha traído buenos resultados: Encontraron unos diarios escritos por los propios soldados japoneses participantes en la matanza. Estos registraron incluso la cantidad de personas que habían matado; telegramas transmitidos por diplomáticos alemanes a su ministerio de Relaciones Exteriores, con descripciones de la matanza, más detalladas que las informaciones publicadas en la prensa china de aquella época; datos sobre cómo el ejército estadounidense descifró el telegrama japonés sobre el plan de matanza antes del suceso. A ello se suman informaciones y reportajes sobre la tragedia de The New York Times y Los Angeles Times, entre otros periódicos extranjeros estadounidenses y británicos, cuyos reporteros contaron que los cadáveres se apilaban unos sobre otros hasta formar cúmulos de hasta cinco pies de alto, y que los carros se desplazaban encima de los cadáveres. “Los derechistas japoneses critican a la prensa china por exagerar los hechos históricos. Incluso intentan demostrar que nunca ha ocurrido la matanza, mostrando fotos falsas de calles limpias acondicionadas para la oportunidad. Felizmente, hemos encontrado estos testigos de terceras partes”. Según Zhang, también existen materiales sobre la matanza de Nanjing en Dinamarca y Holanda. “Nunca imaginamos que los datos estuvieran tan ampliamente esparcidos, y con contenidos tan reales”, comenta Zhang muy emocionado.

“Sobre el número de muertos, tenemos un tomo especial que sólo habla de eso. Los japoneses lanzaron muchos cuerpos al río Yangtsé, los quemaron o los enterraron. Nadie puede asegurar si fueron 20.000 ó 150.000 los cadáveres echados al Yangtsé. Pero de todos modos consideramos que la cifra de 300.000 muertos no es nada exagerada”, dice Zhang.


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