DESCUBRIENDO EL MAYOR TESORO DE CHINA

Por SALVADOR BELMONTE CALDERÓN*

 
  Guerreros de terracota excavados en Xi'an  

Recuerdo la primera vez que pisé suelo chino. No tenía idea de lo que me esperaba, ni hasta qué punto ese acontecimiento cambiaría mi modo de ver la vida.

Fue en Honk Kong, cuyo aeropuerto, el más moderno que hasta entonces había visitado, simplemente me sedujo, si bien me decepcionó la prolongada espera ante los trámites de inmigración. Después pude observar la ciudad, una ciudad enorme, limpia, muy moderna. Pero yo había viajado a China, tierra de leyendas, y quería ver palacios, guerreros y dragones. Con el tiempo pude ver palacios y dragones, y aprendí a distinguir en cada ciudadano de la República Popular China a un guerrero; y no porque el pueblo chino sea belicoso, sino porque entregan en cada momento su vida entera, con idealismo, con voluntad y (¡además!) con alegría. Vi a las madres con sus hijos, a los obreros, los artesanos, los artistas y los industriales chinos luchar día a día por mejorar su modo de vida, al igual que lo hace la gente de mi país; pero en China no solo luchan por eso; también por mejorar cada día como personas. Quizás es difícil para un occidental, y más para un hispanoamericano, entender que en la República Popular China, la gente no compite entre sí, sino que todos se sienten parte de un mismo equipo. ¡Nunca antes me encontré con tanta solidaridad entre la gente! Los chinos son seres humanos, y como tales tienen carencias, sin embargo no temo equivocarme al afirmar que la vida en China es feliz, la gente la hace así. Quizás se pudiera pensar que por ser yo extranjero, el pueblo chino se esforzaba por hacerme agradable la visita a su país, pero no era solamente eso. Estando en China puedes ver como la gente lleva esa paz, esa armonía como una forma de vida. Recuerdo haber conocido a unas chicas rusas radicadas en Dalian, quienes decían que China es el mejor país del mundo. La gente no es codiciosa; más bien es ambiciosa y mucho. Desean ser mejores y vivir cada día mejor, pero son personas con escrúpulos.

El primer y único problema que tuve en la República Popular China fue el idioma. Trataba de memorizar las frases y repetir su fonética tal cual, pero la mayoría de las veces me era imposible. Mis amigos y la gente con quienes trataba en las calles y comercios se esforzaban por tratar de entender lo que les decía. Para mí era impensable el hecho de que existiera un lenguaje basado en ritmos, tonos y silencio. Más que frases, parecía que estuviera aprendiendo canciones. Idioma tan peculiar no podría tener mejor sistema de escritura; la escritura china es poesía gráfica, no es un alfabeto fonético, es un sistema de comunicación ideográfico. Cualquier persona que sepa leer los ideogramas chinos puede entenderlos sin necesidad de saber el idioma, así esa nación multicultural donde coexisten más de 50 nacionalidades y muchas lenguas ha encontrado un sistema de comunicación universal. A veces trataba de hacerme entender en inglés, pero no me encontré con muchos capaces de hablar dicha lengua (aunque sí con más de los que hay acá en México, por ejemplo). Entonces me di cuenta de que no tenía caso esforzarme con el inglés y empecé a comunicarme como se me hiciera más fácil, mezclando chino, español, mímica, dibujo y un poco de inglés. ¡Me divertía terriblemente dándome a entender de esa forma y también la gente empezó a comunicarse conmigo de esa manera! ¡Nos reíamos de buena gana de nuestras ocurrencias! Hoy me embarga la nostalgia, al recordar todos aquellos momentos tan felices y toda la gente que conocí allá.

Las calles de Shanghai no difieren mucho de las ciudades mexicanas, podemos encontrar mercados ambulantes, puestos callejeros de comida, pregoneros en las calles, niños corriendo y perros jugando. Sus distracciones se asemejan tanto a las nuestras. Les gusta jugar y ver la televisión, son los creadores de los fuegos artificiales, el soccer y las piñatas que tanto arraigo han tenido en nuestro país. Pero, insisto, allí encontré esa alegría en la cara de las personas, esa luz en sus ojos, luz que nosotros perdemos al dejar de ser niños. Esa paz, resultado de una cultura milenaria, una tradición que se pierde en los laberintos del tiempo y que les enseña que lo más importante de todo es la armonía. China ha sido quizás uno de los países donde mejor acogida se le deparado a la doctrina budista: las enseñanzas de Gautama, encaminadas al disfrute de la vida sin desarrollar el apego por lo mundano. Enseñanzas que se fundieron con las de Confucio, Mencio, Mo Tse, Yang Chu, Li Su, Lao Tze y todos los grandes pensadores chinos, incluyendo al presidente Mao Tse Tung. Otro hecho que desconcierta a Occidente, donde toda revolución implica una ruptura, es que en China es un país donde desde hace milenios se han producido revoluciones sociales, pero cada revolución ha significado una evolución sin ruptura.

Me resultó asombroso ver la tecnología a la que tiene acceso el pueblo chino, cosas que acá en América aún no imaginamos. Pero eso no es algo que debiera sorprenderme, pues desde siglos atrás, los viajeros musulmanes, los jesuitas y los comerciantes italianos habían descrito el ingenio del pueblo chino para elaborar maravillosos artefactos. Admirar la arquitectura china es algo extasiante; disfrutar de su arte, algo maravilloso, pero de esto ya se ha escrito tanto. Siendo un artista visual, traté de aprender todo lo posible sobre caligrafía y pintura. Me hubiera gustado aprender más sobre caligrafía, la pintura de bambúes y ese hermoso idioma. Siento que el tiempo que estuve ahí no fue suficiente y espero algún día poder regresar a esas bellas tierras donde encontré todos los tesoros y maravillas de los que hablan los cronistas y más aún, la base de todas aquellas maravillas: el pueblo chino. Descubrí palacios, dragones, guerreros y hermosas mujeres, encontré mil maravillas; pero sobre todo: Descubrí al pueblo chino, un pueblo que tanto ha dado al mundo y que tanto sigue ofreciendo a la humanidad.


*Licenciado en Artes Visuales por la Universidad Nacional Autónoma de México


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