Un brindis por el Tíbet

Por nuestra reportera ZHANG HONG

Cuna de leyendas y panacea para las almas sin brújula, el llamado Techo del Mundo ha inspirado a toda una generación de creadores chinos, que buscan en su cielo desconcertante la paz espiritual y el más indescriptible de los goces estéticos.

Un brindis por el Tíbet La familia de Wen Pulin en el Tíbet (1999) Día de rayos del sol, obra del difundo pintor Chen Yifei

En la década de los 80 del siglo pasado, el ambiente cultural y natural de la región autónoma del Tíbet, devino poderoso imán para numerosos artistas chinos, que no vacilaron en marchar al Techo del Mundo por las más diversas rutas y medios. Tanto así, que, de acuerdo con la escritora Ma Lihua, quien ha residido por cerca de 30 años en Lhasa, la capital, esta ciudad era la que mayor porcentaje de escritores y artistas tenía en toda China con respecto a su población local de aquel entonces. “En Tíbet, añade el pintor Cao Yong, nuestra fuerza vital encuentra un alimento especial”.

Un brindis por el Tíbet

Hace diez años, el pintor chino Yu Xiaodong pintó un óleo al que tituló Un brindis por el Tíbet. Impresionado por La última cena de Leonardo Da Vinci, el artista plasmó sobre el lienzo un entorno de innegable inspiración religiosa: 23 poetas, pintores, escritores y músicos de diversas tendencias y procedencias étnicas levantan sus copas para brindar por esta región.

En su primera visita al Tíbet, en 1986, Yu Xiaodong vivió en una casa de barro, probó los platos locales cocidos sobre una enorme pala de hierro y se maravilló con el espectáculo de un cielo límpidamente azul, nubes blancas y montañas nevadas. Decidió quedarse hasta 1997, cuando abandonó su nuevo hogar a regañadientes para tomar responsabilidades de ser un marido y padre.

Un Brindis por el Tíbet definió los derroteros de la vida de Yu Xiaodong, quien en su obra logró sintetizar las aspiraciones del mundillo artístico que en aquel momento se gestaba en la capital tibetana, reflejando con singular agudeza la personalidad de cada uno de los retratados. No en balde hoy no vacila en afirmar que su concepto artístico cuajó en el Tíbet, en particular en Lhasa. No importa cuánto pueda transformarse esta ciudad, indica, siempre estará rodeada de una atmósfera conmovedora. Allí el cielo es siempre azul y el aire más liviano. “Sólo en Lhasa, dice, he visto el espectáculo de ancianas que regresan a casa cantando su borrachera”.

Tíbet, un modo de vida

Wen Pulin, otro amante del Tíbet y admirador del mencionado cuadro, se graduó en el Instituto Central de Bellas Artes y ha residido en esa misteriosa tierra por más de 10 años. Durante ese tiempo, ha conocido a muchos monjes maestros y ha adoptado a un niño tibetano. También se ha sumado a la obra de recuperación cultural, haciendo donaciones para la reconstrucción del Palacio Conmemorativo del Rey Gesar.

Todavía atesora en la memoria la entonces recién recuperada ceremonia de la Fiesta Shoton de 1986, cuando permaneció por dos meses en el Techo del Mundo. En esta ceremonia, un gigante retrato de Buda fue puesto bajo el sol y exhibido. Wen Pulin no pudo contener las lágrimas al ver miles de tibetanos lanzaban al aire dinero envuelto en hadas (piezas de seda blanca de carácter ceremonial). 1986 fue también el año en que Wen vio por primera que la ópera tibetana, representada al cielo descubierto por mujeres tan bellas que él no se atrevía a ver sus ojos.

En el año 1989 Wen Pulin se fue a Qingpu donde pudo ver a numerosos ascetas. Aquella estancia le permitió percatarse del significado del tiempo y la vida, y comprender la dicha de ignorar lo que depara el futuro. Conoció la zanba (o tsampa, preparado de harina de cebada tostada, uno de los platos principales de la mesa tibetana), el monasterio, las actuaciones de un grupo de la ópera tibetana... Después de sumergirse en ese mundo no pudo menos que lanzarse a producir Qingpu, un documental. Con éste reafirma su creencia de que, desde su mismo nacimiento, los tibetanos comienzan a prepararse para recibir la muerte con un corazón apacible.

Luego vendrían otros documentales, sustentados por el cúmulo de notas que hizo sobre el Tíbet. Poco tiempo atrás le nombraron editor de la revista “Geografía y Humanidad del Tíbet”. Aunque hoy reside en Beijing, no le abandona la extraña sensación de sentir su alma apresada todavía en aquella tierra de misterios y maravillas, a lo cual le ayuda en buena medida llevar un estilo de vida de algún modo tibetano. Quienes le visitan coinciden en que Wen Pulin, como todos los que han pasado por el Tíbet, siempre tiene esa tierra a flor de labios; no importa cuántos temas surjan en la conversación: una y otra vez retomará la charla sobre el lugar que le dejado marcado de por vida.

Fuente de inspiración

“Es difícil describir cuánto nos ha aportado la vida en el Tíbet; allí está todo lo que uno necesita”. Así se expresa el escritor Ma Yuan, para agregar: “No sólo me refiero a la creación de novelas, sino también a otros aspectos vinculados con la inspiración. En resumen, el Tíbet nunca te decepciona”.

La portada de la colección de novelas “El hombrecito de Lhasa”, de Ma Yuan, publicada hace pocos años, está ilustrada por el óleo Un brindis por el Tíbet. Ma Yuan, quien ha vivido allí por siete años, es un escritor representativo de la vanguardia literaria contemporánea china. En la actualidad funge como director de la facultad de idioma chino de la Universidad Tongji, en Shanghai. En 1982, año en que concluyó la enseñanza superior, se fue al Tíbet, de donde no regresó hasta un año después, tras escribir cuatro novelas. El libro La tentación de Kangdese le catapultó a la fama, convirtiéndose en jalón en la historia de la vanguardia literaria china. Al evocar su principal fuente de inspiración, Ma Yuan señala: “Tíbet es un mundo de deidad. Una simple roca, o un árbol, pueden infundir respeto. Ese sol centelleante nos compulsa a crear”.

Dada la proximidad de su antigua casa con la Estación de Televisión, el Conjunto de Cantos y Danzas y el Palacio Potala, la misma devino lugar de reunión obligada para los artistas provenientes del continente interior. Una vez un funcionario local le dijo en broma: “Dicen que su casa es la segunda Federación de Literatura y Bellas Artes de China en el Tíbet”. Esta puede ser una de las razones por las que, al abandonar el lugar, Ma Yuan sintió que algo se vaciaba en su interior. Por mucho tiempo, el Tíbet le había significado un asidero psicológico. La repentina despedida actuó como un freno súbito sobre su impulso creador.

El furor por la cultura tibetana

Cada vez son más los que se interesan por el Tíbet y su cultura. “Días de rayos de sol”, obra del conocido pintor Chen Yifei, creada tras su viaje a Tíbet en 2004, se vendió por 4,4 millones de yuanes en la subasta de pinturas al óleo de Qinghai de este año, mientras que el libro “Tránsito por el Tíbet,” de Ma Lihua, se ha convertido en guía turística para los viajeros. Las repetidas ediciones del mismo no satisfacen la demanda de los lectores. Hace poco, Ma Lihua abrió la mayor página de Internet sobre cultura tibetana, con el nombre de “red del Tíbet”. Por otra parte, se hacen populares entre los chinos canciones de tema tibetano como La Meseta de Qinghai-Tíbet; surgen tiendas especializadas en las grandes y medianas ciudades, donde los jóvenes se interesan por objetos al estilo de las banderillas para la oración, las calaveras de yak, las máscaras de la ópera tibetana y el incienso tibetano, entre otros. Muy de moda está también la medicina tibetana, y no sólo en las modernas urbes chinas; lo mismo ocurre en Occidente, donde muchos se deslumbran con el aura de misterio que sigue rodeando a los medicamentos del Techo del Mundo, a los cuales no sólo atribuyen propiedades curativas del cuerpo. En el Tíbet hay sitio asimismo para sanar las cuitas del alma y estimular al más lerdo de los espíritus.

“No importa cuánto pueda transformarse esta ciudad; siempre estará rodeada de una atmósfera conmovedora. Allí el cielo es siempre azul y el aire más liviano.”


Yu Xiaodong, pintor del óleo Un brindis por el Tíbet


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