¿De visita en el Tíbet? Vaya con la mente abierta

Por JON MOGGIO

Anciano recostado a una valla publicitaria Bar en la calle Barkhor Patio de una familia tibetana de Shannan

Soy un diseñador gráfico de San Francisco. Nunca antes había estado el Tíbet y sólo lo conocía por un puñado de fotos. Pero tengo un amigo que lo había visitado en un par de ocasiones, y que cada vez que lo evoca pone una mirada extasiada, lejana, feliz. Tomando en cuenta su reacción, yo no podía menos que vislumbrar una experiencia realmente especial para mí mismo.

Lo poco que sabía sobre la situación política tibetana antes del viaje se me antojaba un verdadero caos; que China reclamaba la soberanía tibetana alegando antiguos vínculos históricos, que la posición oficial china es proteger la cultura tibetana, pero que en realidad se trata de neutralizar el modo de vida tibetano, asimilándolo a la cultura china, hasta que el mismo desaparezca totalmente. Por tanto, no podía menos que sentirme muy curioso – creo que más bien un tanto preocupado-, sobre qué le depara el futuro. ¿Continuará existiendo el Tíbet o se convertirá en mero instrumento?

Emprendí el viaje al Tíbet en septiembre del año pasado. El aeropuerto local es el más espectacular que he visto, cuidadosamente incrustado entre colinas inmensas.

En el primer día del viaje, fui a Xigaze, la segunda mayor ciudad tibetana, donde visité el monasterio de Tashilhungpo, tradicional sede del Panchen Lama. Es enorme, y eso que vimos solamente una porción pequeña, aunque pienso que lo visto no fue el sitio más espectacular. No tenía la menor idea de qué ocultaba uno de los recintos adonde nos llevaron hasta que retiramos la cortina y franqueamos el umbral. Dentro estaba oscuro, apenas iluminado por la mortecina luz de las velas de mantequilla de yak, que dejaba ver los ornamentos, los cuadros y las ofrendas de oro. Entonces miré hacia arriba, y mis ojos tropezaron con un Buda magnífico, increíblemente enorme. Era sencillamente abrumador. Tenía una expresión indescriptible en el rostro. ¡Tan serena! Con apenas mirarlo, me sentí a mi vez invadido por un baño de serenidad. Podría haber estado siglos contemplando fijamente sus ojos pletóricos de paz. De inmediato me invadió la certeza de que me encontraba frente a la estructura artificial más hermosa que nunca antes había visto. Era simplemente asombrosa. Si sólo hubiéramos visto eso durante nuestra estancia en Xigaze, habrían quedado ampliamente justificadas las ocho horas de viaje en autobús en ambas direcciones.

En Xiagze, también jugué algo muy parecido al billar, sólo que con una ligera modificación. Tres juegos por 3 yuanes -- menos de 50 centavos de dólar. ¡Una ganga! Y nada de las mesas minúsculas de bar que suelen verse en EE. UU.; sólo material del bueno y diversión a raudales. Todos son realmente amistosos, todos desean ayudarme a alinear el siguiente tiro. Era como un esfuerzo en comunidad. ¡Todos parecían decirme: "tienes que darle a esta bola, ¡nada de eso! ¡dále a aquélla! Nooooo, la buena es aquélla…”

El quinto día visitamos el monasterio de Samye, y por la tarde fuimos a cenar y ver las danzas tibetanas. En los karaokes locales es posible ver la fusión de la MTV con el antiguo Tíbet. ¡Vaya trajes que se ponen! No me cabe en la cabeza en qué punto se vinculan las chicas vestidas de vaquero, sombrero rojo incluido, y bailando con canciones disco de los años 80, con las tradiciones tibetanas, pero bueno, eso fue lo que vi. Y entonces el director nos invitó en otro sitio para – “por favor pasen, pasen, tomaremos algunos tragos y conversaremos” - lo que en realidad devino ocasión para un ganbei (¡salud!) tras otro: “Uno, dos y tres, ¡ganbei! Uno, dos, tres, ganbei!", y seguían los tragos. No hubiera sido lo mismo si no hubiéramos tenido cerveza Budweiser. Pero, ¿por qué tuvo que ser Budweiser? Y por si fuera poco, todos los cantantes y músicos nos rodearon y cantaron para nosotros. Fueron canciones hermosas, muy hermosas, pero a la vez repletas de un ambiente totalmente surrealista. Y cada canción tenía por fuerza que acabar con un ¡ganbei!.

El sexto día regresamos de nuevo a Lhasa y visitamos dos casas tibetanas. La primera fue la de Kalsang Phuntso, en los suburbios. Una de las habitaciones estaba dedicada por completo a un altar budista, de forma tal que el anfitrión contaba con su propio monasterio en miniatura dentro de la casa. De la pared colgaba un retrato de Mao. Era interesante observar cuán devoto era el dueño de la casa, y a la vez, cuánto aprecia los cambios recientes en el Tíbet.

Más tarde hicimos otra visita a un hogar, pero esta vez en la ciudad. Era algo así como un complejo de apartamentos en el barrio tibetano. Allí conocimos a un hombre llamado Yixi, de 69 años de edad, quien nos invitó a pasar. Era un sitio mucho más pequeño que el visitado en los suburbios, con una superficie total que muy bien cabría en la sala de Kalsang Phuntso, pero era agradable y confortable. En esta vivienda también vimos una recámara dedicada por entero al altar budista y la foto de Mao. El dueño habló con afecto del actual gobierno, de cómo el mismo ha mejorado las condiciones de vida, cambiando al Tíbet para bien.

Fue en resumen una experiencia realmente interesante, porque me puso a pensar como nunca. Mi primera reacción instintiva fue pensar: "Ahh, éste es un portavoz disimulado del gobierno,” porque estábamos en una visita organizada por las autoridades. Pensé que aquél no hacía otra cosa que endulzar la imagen del Partido Comunista, porque así se lo había indicado. Pero cuanto más analizaba el tema, más me inclinaba a creer que el Tíbet debió ser un sitio verdaderamente inhóspito antes de la irrupción de los comunistas. Todo apunta a que los niveles de vida han dando un salto tremendo. Nuestro anfitrión tiene hoy un apartamento agradable, pero vaya usted a saber dónde vivió de niño, o cuando tenía 15 ó 20 años. A consecuencia, cuanto más aprendo sobre esta situación, mayor en la confusión que me embarga, lo cual es bueno, pues antes de venir aquí, todo lo que sabía sobre el Tíbet era lo que dicta el conglomerado mediático estadounidense, y lo que EE.UU. me decía que pensara. Fue provechoso viajar y obtener una perspectiva más amplia. Puede que no me aclare nada al final, pero por lo menos me hace concluir que sólo sé que no sé nada.

El mayor cambio en mi percepción sobre el Tíbet, después de pasar algún tiempo allí - y realmente me sorprende –, se refiere a la pérdida del convencimiento de que el Tíbet realmente necesita ser una nación independiente. Antes de venir, exigir “libertad para el Tíbet" parecía la más obvia de las conclusiones. “Un Tíbet independiente”. ¿Quién no quisiera que lo fuera? Pero tras estar allí y hablar con los tibetanos sobre la situación general, no puedo asegurar que tal independencia sea una necesidad, y mucho menos estoy convencido de que la mayoría de los tibetanos lo quieran.

Ahora creo que el mejor consejo que podría dar a quien esté considerando hacer un viaje como el mío, es que lo haga con una mente abierta, dejando a un lado todas las nociones preconcebidas que pueda tener sobre esa tierra. Comprendo que mucho de lo que yo daba por sentado me lo inculcó la aceptación indiscriminada de lo que leía o veía en los medios de comunicación masiva de EE.UU., que son puntos de vista sumamente parcializados. Al principio, me costaba no reaccionar de forma instintiva ante todo lo que me decían en el Tíbet, pero poco a poco me fui librando de prejuicios. Han pasado dos semanas, y estoy comenzando sobreponerme a mis ideas preconcebidas sobre qué es el “comunismo” y qué “la libertad del Tíbet”, y he comenzado a escuchar de veras, a mirar y a ver lo que realmente está sucediendo. Esa debe ser la premisa para todo el que venga aquí.

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