Lo que vi en el Tíbet

Por KATY WALDEN

En septiembre de 2004 los ciudadanos estadounidenses Katy Walden y Jon Moggio, a invitación del director del Diario del Tíbet, hicieron su primer viaje al Tíbet, recorrido que quedó filmado bajo el título de Diario del Tíbet, un documental coproducido la Red Rainbow de Estados Unidos y el Centro Intercontinental de Comunicaciones de China (CICC). Con el consentimiento de CICC, publicamos en esta edición fragmentos de las descripciones de Katy y Jon durante su estancia tibetana. –La Red.

Una tibetana quema incienso en la montaña Yaowangshan, en Lhasa
Peregrino frente a un mural de la montaña Yaowangshan Katy Walden y Jon Moggio

NUNCA había estado en el Tíbet. La razón que me impulsaba a visitarlo residía, en parte, en que en EE.UU. estuve trabajando de 9 de la mañana a 6 de la tarde durante todo los días laborables de los seis últimos años. No en balde me sentía un poco claustrofóbica. Además, acababa de conseguir mi primera hipoteca, lo que no hizo más que aumentar en buena medida mi sensación de claustrofobia. Así las cosas, di rienda suelta a mis ansias de conocer el mundo, y el Tíbet se me presentó como el destino más recóndito.

Mucho de lo que sé sobre ese lugar se basa en la “campaña libertad para el Tíbet”, aunque no puedo dar fe de cuán objetiva es la misma en cuanto a mostrar la cotidianidad tibetana. Lo cierto es que no conozco mucho sobre la situación política general del Tíbet, con excepción de que es una región autónoma que intenta recuperar su independencia. Sé, sin embargo, que ha sido testigo de numerosos conflictos, genocidio, y otras cosas que probablemente desconocemos en Occidente. Me preocupaba que el mismo fuera utilizado por el gobierno chino a su favor, para mostrar al turismo una imagen idílica del lugar. Tenía mis reservas, sí, pero también había oído sobre lo positivo de ver con ojos propios la cultura tibetana de hoy, aprender sobre ella y contarlo al regreso.

Primero nos dirigimos a Xigaze, la segunda mayor ciudad del Tíbet, donde reina uno de los ambientes más tranquilos que he experimentado. Comencé con un vuelo de 11 horas, seguido por otro más corto, un trayecto en ómnibus que debía durar cuatro horas, pero que en realidad fueron ocho a través del sendero más pedregoso y enlodado que jamás imaginé, aunque lo olvidé por completo en el minuto en que llegué a mi destino. Lo que vi valía la pena.

El día del cumpleaños de mi padre, pude hacerle una llamada telefónica por medio de una tarjeta prepagada. Una de las cosas que primero me saltaron a la vista en Xigaze fue su asombrosa cobertura de telefonía móvil. ¿Quién me hubiera dicho que en el centro del Tíbet oiría sonar celulares a toda hora? Todo esto fue realmente impresionante, como lo fue asimismo poder valerme de Internet para contactar a mis seres queridos en mi país.

En la sección tibetana de la ciudad hablamos con un tibetano por primera vez. Era un individuo con un punto de vista muy interesante sobre la situación entre el interior de China y el Tíbet, una perspectiva que me vino bien escuchar, tratándose de un genuino tibetano, que expresaba su agradecimiento por la ayuda china. Nos dijo que las ciudades tibetanas mantienen un cierto hermanamiento con las ciudades del interior de China. Beijing, por ejemplo, financia algunos proyectos en Lhasa, y Shangai tiene algunos en Xigaze. Fue interesante apreciar su ambivalencia sobre este fenómeno – por una parte, dicha coyuntura condiciona la absorción de la cultura tibetana, pero por otra, facilita con mucho la vida y proporciona muchas más oportunidades.

Es fácil imaginar que la vida aquí ha mejorado mucho, en términos de condiciones generales y acceso a los bienes de consumo. Me felicito por haber escapado a la influencia de buena parte de los medios informativos estadounidenses, y decir que ahora conozco al Tíbet un poco mejor a través de los contactos con sus habitantes. En la Plaza de Barkhor en Lhasa conocimos a una mujer tibetana que posee un pequeño establecimiento comercial en el sitio. Lleva cinco años allí vendiendo souvenires. La susodicha compra su mercadería – que consiste en una fascinante miscelánea -- sobre todo en el Tíbet. Trabaja día a día, y al parecer nunca toma vacaciones, a pesar de lo cual se siente feliz porque con el negocio ha mejorado su vida.

Mientras descansaba un poco en la calle Barkhor, una anciana se me acercó y se sentó a mi lado. Dijo: dele tashi (hola, en tibetano), y le respondí. Como estábamos incapacitadas de comunicarnos, no contentamos con sentarnos juntas, mirando a los transeúntes pasar y sonriendo nerviosamente. Fue un intercambio significativo y placentero para mí, sin necesidad de traducción o palabras.

Pienso que esta experiencia me dejó una gran enseñanza. Ante todo, me interesaba experimentar la vida en un país del Tercer Mundo, aunque no estoy segura de que siga clasificando como tal - parece bastante modernizado. Pero de todas formas buscaba experimentar una cultura distinta, conocer nuevas caras y disfrutar vistas y sonidos diversos. El Tíbet me propició todo eso con creces, de una manera positivamente apabullante. La gente es maravillosa y disfruté a mares con sus paisajes únicos. Contemplé por partes iguales el entorno religioso y cultural y la vida cotidiana.

Espero compartir las experiencias vividas allí con otros - especialmente con quienes se dejan convencer sin más por la “campaña libertad para el Tíbte” – no ofreciéndoles un mensaje definitivo, sino haciéndoles comprender que están dependiendo como única fuente de información sobre el Tíbet de los medios de comunicación estadounidenses, y que existen otros puntos de vista. Esa es mi aspiración.

Cuanto más hablaba con los tibetanos, más comprendía cuán agradecidos están a los chinos por las mejoras en su nivel de vida y las nuevas oportunidades de que disfrutan. En lo que concierne a la educación y los bienes de consumo, no cabe dudas de que tienen muchas más opciones que hace cincuenta años. La educación les da la ocasión de aprender el idioma tibetano, el chino y el inglés. Me impresionó que sigan aprendiendo tibetano, así como las otras dos lenguas. Todo indica que están conservando su cultura e identidad, a la vez que abrazan el cambio, la modernidad y una vida mejor.


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