Ayi, la nana providencial

Por Olga Ma Rodriguez

 

¿Ser o no ser madre en Beijing? Esta es la cuestión que perturba la mente de las madres trabajadoras occidentales que llegan al gigante asiático, pues si en principio arribó con un hijo al final, probablemente, tenga que lidiar con dos, el infante y su más fiel protectora la “Ayi” (tiíta en chino).

Las nuevas responsabilidades laborales, la barrera que levanta imponente el idioma chino, así como el enfrentamiento a una comunidad de costumbres y tradiciones muy diferentes a las de cualquier pueblo de Occidente, son cuestiones que erosionan el pensamiento de la “asustada” mamá recién llegada a China.

Pero, por si fuera poco, en sus oídos comenzará a zumbar la palabra mágica que resolverá o agudizará, en el mejor y más sano sentido de la palabra, el enigma de cómo conducir a su pequeño por los entresijos de esta civilización.

La “ayi” o simplemente nana, como la conocemos en nuestra lengua, es una personilla cuyo dominio no tiene fronteras cuando de niños se habla. Toda la paciencia asiática se resume en su ser, cualidad que pone al servicio de su pequeño emperador.

La nana china es todo oído y ojos desde que llega a su hogar. Esta señora, por lo general de mediana edad, que no habla otra lengua que el chino, observa detalladamente los movimientos del niño para descifrar el misterio que tiene ante sus ojos y satisfacer a plenitud los designios de su nuevo protegido.

Y a partir de este momento comienza el gran dilema. Al principio, los padres occidentales se hacen los de la vista gorda para buscar la pronta materialización de la sui géneris unión. Pero con el decursar del tiempo, se percatan que tienen que poner orden en la casa o de lo contrario puede que se les haga tarde para imponer respeto.

El único defecto, para llamarlo de alguna manera, que tienen nuestras “ayis” es que en su diccionario no figura la palabra NO y entre sus muchas virtudes destacan conocer los platillos, juegos, juguetes, películas e incluso amigos favoritos de su emperadorcillo en tiempo récord.

 

Con su ininterrumpido hablar el niño aprende el idioma local y asimila las costumbres de los ciudadanos chinos. Sin embargo, la enseñanza de la “ayi” alcanza a los padres, que llegan a manejar un reducido vocabulario que les permite comunicarse cuando los traductores de su propia sangre intentan tergiversar las órdenes y recomendaciones que quieren dar a la nana.

Otro factor importante es que nadie como ella conoce el clima tan irregular de esta urbe de 12 millones de habitantes. Nadie como la “ayi” para seleccionar la ropa que llevará el pequeño, mantenerlo bien hidratado, determinar el momento en que puede salir a los parques, etcétera.

A veces uno se pregunta si tanta devoción por los pequeños, sin distinción de raza o credo, es consecuencia de la estricta política de crecimiento demográfico aplicada por el gobierno chino o si es un don inherente a este pueblo, teniendo en cuenta que su cuidado exige comprensión, amor, sacrificio y, sobre todo, paciencia, mucha paciencia.

Sin embargo, la realidad demuestra que, al final de la jornada, los angelitos de Occidente corresponden a tanta bondad con un amor sin condiciones, puro y ferviente, muy propio de ellos, que no conoce la mentira.

Si el gran Shakespeare viviera encontraría en la nana del gigante asiático suficiente tela por donde cortar para una de sus magistrales puestas en escena y probablemente pondría coto a esta interrogante que nos legó y que no hemos podido resolver todavía ¿Ser o no ser?... madre en Beijing.


Experta cubana de Agencia Xinhua
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