De
buen Humor
Había
un erudito muy dado a la exageración. Una noche, un ladrón
penetró en su casa con ánimo de robar, pero al no encontrar
nada de valor, se marchó refunfuñando. El erudito, que había
notado lo ocurrido, se levantó de la cama y a tientas en
la oscuridad sacó algunas monedas. Se fue tras el caco y
dándole el dinero le pidió: "Puede que me haya comportado
muy mal con usted esta noche, pero espero tenga la decencia
de no comentarlo delante de otros."
Un
hombre sobrecargado de deudas decidió escapar a sus acreedores
huyendo de su ciudad. Para pasar inadvertido llevaba como
sombrero una cesta de bambú. Aun así, uno de sus prestamistas
le reconoció y, ni corto ni perezoso, golpeó ligeramente
la cesta y le preguntó: "¿Qué hay con lo que me debes?",
ante lo cual el huidizo deudor sólo respondió: "Mañana".
Casi al instante comenzaron a llover gruesos goterones que
golpearon la cesta, y el fugitivo, presa del pánico y creyéndose
descubierto por todos los demás, se echó al suelo mientras
gritaba entre sollozos: "Tengan piedad de mí, ¡mañana
les pago a todos!"
Cierto
hombre más lento que las babosas para reaccionar se sentó
en un día invernal cerca de una hoguera en compañía de otro
individuo. Al rato, la ropa de su compañero, que estaba
demasiado cerca de las llamas, comenzó a arder sin que aquél
se percatara. Al fin, el lento atinó a decir: "Llevo
tiempo observándote, y he notado algo que quisiera decirte,
pero como sé que te alteras con facilidad, prefiero callar,
no sea que sufras algún percance. Claro, si no lo digo,
también puede ocurrirte algo malo, por eso estoy en un dilema:
¿lo digo o
no lo digo?" Interrogado con insistencia por el otro,
el lento dijo al fin: "Tu ropa está ardiendo."
De inmediato, el aludido se sacó la vestimenta, ya bien
chamuscada, y presa de la ira le espetó a su interlocutor:
"Hace rato lo sabías, ¡cómo diablos no me dijiste antes!"
A lo que el lento respondió sin inmutarse: "Ves lo
que digo, siempre te alteras."

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