El
deseo de mi mamá
Por
WU KAI
Mi mamá ya tiene 70 años. Trabajó por
más de 30 años como traductora en el semanario “Beijing
Informa”. En octubre de 2003, debido al brusco cambio
del tiempo, cayó enferma de pulmonía y tuvo que hospitalizarse.
Como su recuperación fue lenta, creía que difícilmente
saldría del hospital. Allí redactó su testamento. Milagrosamente,
fue dada de alta un mes después. Al visitarla en su casa,
ella me mostró su testamento, “después de mi muerte tengo
el deseo de donar mis órganos con el fin de que sirvan
para la investigación médica. Ayúdame a consultar acerca
de los trámites requeridos”. Su tono era apacible, no
obstante, sus palabras me causaron oleajes impetuosos.
Pues, no podía aceptarlo tan de repente.
Anteriormente, la donación de los órganos después de
la muerte era un tema que nadie quería abordar. Eso tiene
que ver con el concepto tradicional de los chinos de “conservar
el cuerpo completo después de la muerte”. Gracias al
avance de la ciencia, sobre todo con el trasplante de
órganos y las investigaciones al respecto, cada día más
gente está dispuesta a donar sus restos una vez fallecida
y el concepto tradicional va modificándose. Sin embargo,
el sólo imaginar que los restos de mi madre estarían a
disposición de los médicos después de su muerte, no podía
aceptarlo. Intentaba persuadirla a que abandonara su idea.
En los días posteriores, cuando hablaba del tema, yo le
decía: “Mamá, ¿no crees que es una locura? ¿Cómo podríamos
hacerlo?”. “Yo no tengo miedo, esto es muy común entre
los extranjeros. Tomé la decisión tras reflexionarlo seriamente.
Has vivido muchos años en el extranjero, pero eres más
conservadora que yo”, insistía ella. Frente a su actitud
firme, cambié de táctica: lo tomaba con negligencia. “¿Ya
consultaste sobre el asunto?” En otras ocasiones me preguntaba
nuevamente por teléfono. “Estoy tratando, ten paciencia.
¿Cuál es la prisa?” “Sé que estás engañándome. ¿Acaso
olvidas el dolor de tu abuela?”, la pregunta puso el dedo
en la llaga. Mi querida abuela pasó los últimos tres años
de su vida en la oscuridad. Eso fue hace más de diez años.
“Al menos, las córneas de mis ojos están en buen estado.
Si las dono, permitirán recuperar la vista a algún ciego
y prolongar algo de mi vida en el mundo”. Mi mamá interrumpió
mis recuerdos de lo ocurrido en el pasado. “¿Acaso no
entiendes mi deseo?” La frase “prolongación de vida” me
conmovió profundamente. Nosotros, tarde o temprano nos
iremos de este mundo. Si algunos órganos de mi madre fueran
trasplantados a otra persona, es como si ella siguiera
viviendo. Aunque el cuerpo de mi madre sólo sirviera para
fines de estudio científico, como para encontrar medidas
contra las enfermedades y dar esperanza a los enfermos,
eso también beneficiaría a la humanidad. Empecé a vacilar.
“No te preocupes mamá, voy a consultarlo”. Esta vez no
le contesté con descuido, sino actué verdaderamente. Desde
entonces, me puse a recolectar información al respecto.
E1 1° de marzo de 2004 entraron en vigencia
los Reglamentos sobre la Donación de Órganos en Shanghai,
primeros en su índole en nuestro país. Desde 1982, año
en que Shanghai promovió esta empresa, en esta ciudad
se han recibido 1822 órganos, y de las 9.388 donaciones
registradas, el donante de mayor edad tiene 110 años y
el menor sólo dos meses. La promulgación de los Reglamentos
provocó amplias repercusiones sociales. Beijing, Nanjing,
Zhenjiang, Yangzhou, Zhengzhou, Tianjin y Shandong están
preparándose para promocionar esta empresa.
También he leído muchas historias conmovedoras al respecto,
a continuación narro algunas de ellas: “Quiero donar mis
órganos útiles después de mi muerte para la investigación
científica o para que sean trasplantados en pacientes
que los necesiten”, expresó el Sr. Liu, paciente de una
enfermedad incurable. Hace poco, con ayuda de su mujer,
el Sr. Liu firmó con la Cruz Roja el acuerdo de donación,
después de su muerte, sus restos serán entregados a la
autoridad pertinente. “Las células cancerígenas se han
proliferado. Me queda poco tiempo. No tengo miedo a la
muerte, sólo quiero donar mis órganos útiles”, dijo tranquilamente
al periodista. En el 2002, se enteró de que padecía de
cáncer gastrointestinal, por lo que fue intervenido quirúrgicamente.
Pero ya fue tarde y ahora ya no puede caminar. Su hijo,
de 15 años, manifestó: “Papá me lo había dicho hace tiempo.
Respeto su deseo”. “Es su opción. Estamos de acuerdo”,
indicaron sus padres.
Me sentí muy conmovida después de leer
estos reportajes. Creo que mi madre piensa lo mismo que
ellos. Aunque no puedo entenderlo completamente, no debo
impedirle realizar su deseo. “Mamá, lo he consultado y
ya sé
cuáles son los trámites a seguir. Cuando puedas, te acompañaré
a la oficina consultiva. Si estás decidida, no tengo objeciones”.
Al oír estas palabras, mi madre, como si hubiera realizado
un deseo largamente acariciado, me contestó con una sonrisa
y dio un suspiro.