Una
médica mexicana y el prodigio de la acupuntura
Leana del Olmo Celaya, egresada de la Facultad de Medicina
de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, en
1963, fue la única de esa graduación en alzarse con la condición
de estudiante excelente. Posteriormente, se convirtió en
la mejor cirujana del Hospital General de la firma petrolera
Petróleos Mexicanos (PEMEX). A partir de 1978, empezó a
estudiar acupuntura siguiendo los patrones de la medicina
tradicional china, la cual ha estado aplicando en la práctica
a partir de 1986. Pertrechada de esos conocimientos ha salvado
a numerosos pacientes aquejados de males aparentemente incurables,
hasta convertirse en la profesional respetada que es en
la actualidad, y a quien se conoce como la “médica prodigiosa”.
En 1964, por invitación de la Señora Chapa, a la sazón
presidenta de la Asociación de Amistad Mexicano-China, Leana
hizo su primera visita a China, integrando una delegación
de esta entidad. De aquella ocasión la galena guarda una
profunda impresión, que no hizo más que acrecentar su interés
respecto a todo lo relacionado con el país asiático. Tanto
así que a partir de entonces realizó otras cinco visitas
al país, esta vez como turista. Durante la visita de 1968
a Beijing, su esposo, también médico, sintió un agudo dolor
de cintura, consecuencia de un padecimiento crónico y muy
difícil de curar. La dolencia se agravó tanto en esa ocasión
que el marido de Leana quedó inmovilizado, tras haber agotado
todo sus existencias de medicamentos, sin que por ello mejorara
en lo más mínimo. Ambos cónyuges se sintieron sobrecogidos
por la incertidumbre, sin saber si podrían continuar su
viaje. Su guía chino hacía lo posible por consolarles y
les llevó a un hospital donde se aplicaba la medicina tradicional
china. No bien un médico le insertó a su esposo una aguja
en la oreja, el dolor desapareció y el paciente pudo moverse
de nuevo como si nada hubiera pasado. Al mencionar el incidente,
Leana no pudo ocultar cuanto la marcó aquella experiencia
singular de 35 años atrás: “Mi marido estaba tan emocionado
que lo mismo reía que lloraba, reacio a dar crédito a lo
ocurrido. Y yo, como médica, me quedé conmovida, siendo
testigo de una experiencia casi mística, pero a la vez admirada
y llena de curiosidad. Desde aquel día el tratamiento con
acupuntura se me grabó en la mente, junto al firme propósito
de aprender todo sobre ella.”
La Dra. Leana comenzó a aplicar lo aprendido formalmente
desde 1978, en tiempos en que la acupuntura no gozaba aún
de amplio reconocimiento legal en México, lo que perjudicaba
la difusión de la misma. Con todo, la galena se mantuvo
en sus trece. Comenzó por estudiar un año en una filial
mexicana del Centro de Nueva Medicina China de Hong Kong.
Cuando visitó China de nuevo en 1979, supo de un curso de
acupuntura exclusivo para extranjeros en el Instituto de
Medicina Tradicional China de Shanghai. En cuanto regresó
a México, se puso en contacto con la institución, a la
cual accedió con posterioridad, en 1983, incorporándose
a su curso primario de cuatro meses. En 1985, estudió el
nivel medio. Durante este lapso aprendió con los especialistas
chinos que en China cada instituto, hospital y consulta
particular los especialistas utilizan sus propias experiencias,
concepciones y métodos.
Para 1992, Leana estaba de regreso en China, esa vez para
seguir actualizándose, por un mes en Beijing y otro en Tianjin.
Para esta fecha la galena ya contaba con 65 anos de edad.
Yendo y viniendo entre el aprendizaje formal y el desarrollo
de su capacidad de autodidacta, Leana alcanzó un alto nivel
de conocimientos sobre acupuntura.
Al referirse a esta milenaria disciplina terapéutica, Leana
afirma: “Tanto en teoría como en la práctica, la medicina
china y la occidental difieren en muchos sentidos; en la
primera clase que tuve en China, el profesor nos aconsejó:
“al estudiar la medicina china olviden todo sobre la medicina
occidental, olviden los nervios, porque el “chi” (energía)
de la medicina china es un concepto absolutamente diferente
del sistema nervioso conocido por la occidental.” Según
se adentraba en el intríngulis de la medicina china, y la
comparaba con sus conocimientos previos, Leana se sentía
más empapada de las particularidades de la primera, en especial
cuando abordaba problemas relativos a la cabeza. Cuando
tales casos se abordan con la cirugía occidental, se suelen
producir abundantes sangramientos, lo que implica serios
riesgos de seguridad. Por el contrario, cuando se acude
a la acupuntura, no hay por qué perder una sola gota de
sangre y los pacientes economizan mucho en gastos.
Cuando ya había alcanzado la madurez, Leana iba a trabajar
al hospital de PEMEX por la mañana y por la tarde daba clases
en la UNAM. La noche la dedicaba a atender a los pacientes
de acupuntura en su casa. Comenzó por aplicar lo aprendido
con parientes, amigos y conocidos, pero una vez que su
fama se fue esparciendo como reguero de pólvora, llegaban
pacientes de todas partes con enfermedades crónicas que
durante muchos anos había sido dadas por incurables.
Tal
fue un caso de parálisis facial, mal en extremo doloroso.
Para curarla, la medicina occidental necesita de mucho tiempo,
años incluso, e implica un complicado proceso. A Leana le
bastó un mes para curar a varias decenas de pacientes, a
quienes no sólo libró de sus males físicos, también les
enderezó el espíritu, devolviéndoles una vida normal.
En la ciudad estadounidense de Laredo, un
cura que sufría de dicho padecimiento desde hacía muchos
años se veía incapacitado de cualquier actividad por ello.
Cuando supo de los éxitos de Leana, la invitó a visitarle
de inmediato, con todos los gastos a cargo de la iglesia
local. El tratamiento con agujas de Leana constituyó lo
más parecido a un exorcismo para el párroco, quien de inmediato,
y con su primera sonrisa de muchos años, vio alejarse a
la diabólica criatura que por tanto tiempo mantuvo su cara
congelada en rictus perenne.
Otra enfermedad muy molesta es el dolor del nervio ciático.
Leana curó a muchos de estos pacientes, que llegaban a su
consulta sosteniéndose en bastones o tendidos en camillas.
Un mes después ya podían valerse por sí mismos. Tal fue
el caso de una mujer semiparalizada y presa de terribles
dolores en la articulación entre el dedo pulgar y el índice,
sin que nada explicase el origen del mal. Bastó una sesión
de acupuntura en manos de Leana para resolver el problema
y devolver la tranquilidad a la atribulada señora. Por los
varios casos de este tipo que ha logrado resolver, la doctora
Leana ha sido bautizada como “doctora prodigiosa.”
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