MARZO
2005


Una médica mexicana y el  prodigio de la acupuntura

        

Leana del Olmo Celaya, egresada de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, en 1963, fue la única de esa graduación en alzarse con la condición de estudiante excelente. Posteriormente, se convirtió en la mejor cirujana del Hospital General de la firma petrolera Petróleos Mexicanos (PEMEX). A partir de 1978, empezó a estudiar acupuntura siguiendo los patrones de la medicina tradicional china, la cual ha estado aplicando en la práctica a partir de 1986. Pertrechada de esos conocimientos ha salvado a numerosos pacientes aquejados de males aparentemente incurables, hasta convertirse en la profesional respetada que es en la actualidad, y a quien se conoce como la “médica prodigiosa”.

En 1964, por invitación de la Señora Chapa, a la sazón presidenta de la Asociación de Amistad Mexicano-China, Leana hizo su primera visita a China, integrando una delegación de esta entidad. De aquella ocasión la galena guarda una profunda impresión, que no hizo más que acrecentar su interés respecto a todo lo relacionado con el país asiático. Tanto así que a partir de entonces realizó otras cinco visitas al país, esta vez como turista.  Durante la visita  de 1968 a Beijing, su esposo, también médico, sintió un agudo dolor de cintura, consecuencia de un padecimiento crónico y muy difícil de  curar. La dolencia se agravó tanto en esa ocasión que el marido de Leana quedó inmovilizado, tras haber agotado todo sus existencias de medicamentos, sin que por ello mejorara en lo más mínimo. Ambos cónyuges se sintieron sobrecogidos por la incertidumbre, sin saber si podrían continuar su viaje. Su guía chino hacía lo posible por consolarles y les llevó a un hospital donde se aplicaba la medicina tradicional china. No bien un médico le insertó a su esposo una aguja en la oreja, el dolor desapareció y el paciente pudo moverse de nuevo como si nada hubiera pasado. Al mencionar el incidente, Leana no pudo ocultar cuanto la marcó aquella experiencia singular de 35 años atrás: “Mi marido estaba tan emocionado que lo mismo reía que lloraba, reacio a dar crédito a lo ocurrido. Y yo, como médica, me quedé conmovida, siendo testigo de una experiencia casi mística, pero a la vez admirada y llena de curiosidad. Desde aquel día el tratamiento con acupuntura se me grabó en la mente, junto al firme propósito de aprender todo sobre ella.”

La Dra. Leana comenzó a aplicar lo aprendido formalmente desde 1978, en tiempos en que la acupuntura no gozaba aún de amplio reconocimiento legal en México, lo que perjudicaba la difusión de la misma. Con todo, la galena se mantuvo en sus trece. Comenzó por estudiar un año en una filial mexicana del Centro de Nueva Medicina China de Hong Kong. Cuando visitó China de nuevo en 1979, supo de un curso de acupuntura exclusivo para  extranjeros en el Instituto de Medicina Tradicional China de Shanghai. En cuanto regresó a México, se puso  en  contacto con la institución, a la cual accedió con posterioridad, en 1983, incorporándose a su curso primario de cuatro meses. En 1985, estudió el nivel medio. Durante este lapso aprendió con los especialistas chinos que en China cada instituto, hospital y consulta particular los especialistas utilizan sus propias experiencias, concepciones y métodos.

Para 1992, Leana estaba de regreso en China, esa vez para seguir actualizándose, por un mes en Beijing y otro en Tianjin. Para esta fecha la galena ya contaba con 65 anos de edad. Yendo y viniendo entre el aprendizaje formal y el desarrollo de su capacidad de autodidacta,  Leana alcanzó un alto nivel de conocimientos sobre  acupuntura.

Al referirse a esta milenaria disciplina terapéutica, Leana afirma:   “Tanto en teoría como en la práctica, la medicina china y la occidental difieren en muchos sentidos; en la primera clase que tuve en China, el profesor nos aconsejó: “al estudiar la medicina china olviden todo sobre la medicina occidental, olviden los nervios,  porque el  “chi” (energía) de la medicina china es un concepto absolutamente diferente del sistema nervioso conocido por la occidental.” Según se adentraba en el intríngulis de la medicina china, y la comparaba con sus conocimientos previos, Leana se sentía más empapada de las particularidades de la primera, en especial cuando abordaba  problemas relativos a la cabeza. Cuando tales casos se abordan con la cirugía occidental, se suelen producir abundantes sangramientos, lo que implica serios riesgos de seguridad. Por el contrario, cuando se acude a la acupuntura, no hay por qué perder una sola gota de sangre y los pacientes economizan mucho en gastos.

Cuando ya había alcanzado la madurez, Leana iba  a trabajar al hospital de PEMEX por la mañana y por la tarde daba clases en la UNAM. La noche la dedicaba a atender a los pacientes de acupuntura en su casa. Comenzó por aplicar lo aprendido con  parientes, amigos y conocidos,  pero una vez que su fama se fue esparciendo como reguero de pólvora, llegaban pacientes de todas partes con  enfermedades crónicas que durante muchos anos había sido dadas por incurables.

Tal fue un caso de parálisis facial, mal en extremo doloroso. Para curarla, la medicina occidental necesita de mucho tiempo, años incluso, e implica un complicado proceso. A Leana le bastó un mes para curar a varias decenas de pacientes, a quienes no sólo libró de sus males físicos, también les enderezó el espíritu, devolviéndoles una vida normal.

 En la ciudad estadounidense de Laredo, un cura que sufría de dicho padecimiento desde hacía muchos años se veía incapacitado de cualquier actividad por ello. Cuando supo de los éxitos de  Leana, la invitó a visitarle de inmediato, con todos los gastos a cargo de la iglesia local. El tratamiento con agujas de Leana  constituyó lo más parecido a un exorcismo para el párroco, quien de inmediato, y con su primera sonrisa de muchos años, vio alejarse a la diabólica criatura que por tanto tiempo mantuvo su cara congelada en rictus perenne.

Otra enfermedad muy molesta es el dolor del nervio ciático. Leana curó a muchos de estos pacientes, que llegaban a su consulta sosteniéndose en bastones o tendidos en camillas. Un mes después ya podían valerse por sí mismos. Tal fue el caso de una mujer  semiparalizada y presa de terribles dolores en la articulación entre el dedo pulgar y el índice, sin que nada explicase el origen del mal. Bastó una sesión de acupuntura en manos de Leana para resolver el problema y devolver la tranquilidad a la atribulada señora. Por los varios casos de este tipo que ha logrado resolver, la doctora Leana ha sido bautizada como “doctora prodigiosa.”    

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