Wang
Anli,
célebre bordadora de los Miao


LOS
grupos étnicos minoritarios que habitan en zonas relativamente
apartadas y aisladas de China, se han convertido en depositarios
privilegiados de múltiples patrimonios, sobre todo de
la herencia relacionada con la multiplicación de la vida
y la prosperidad social.
Entre
los 140 mil habitantes del distrito de Jiangxian, provincia
de Guizhou, los Miao, una de las 56 etnias minoritarias
de China, constituyen el 93 por ciento de la población.
Debido a sus excelentes bordados y diversas formas de
dibujo caracterizados por un estilo artístico regional
y destreza técnica, la zona ha ganado el apelativo de
cuna del bordado Miao. Allí vive una anciana de 83 años
de edad llamada Wang Anli, que en algún momento fue distinguida
con el título de “Artista Folklórica Nacional,” por decisión
del Ministerio de Cultura. Cuando la visitamos, la encontramos
sentada a la sombra de una pequeña tienda, parapetada
detrás de un par de gafas para corregir la hipermetropía,
y ocupada en labores de bordado con mano rápida y hábil.
Al reparar que la observábamos acuclillados a su lado,
levantó la cabeza y nos preguntó en el dialecto local:
“¿Qué miran?, ¿Qué hacen aquí?” Al explicarle nuestros
motivos, nos invitó a su casa con gesto amable.
Mirándola
caminar de espaldas, con el pecho erguido y enérgicos
pasos, nos costaba creer que tuviera una edad tan avanzada.
Al
rato llegamos a su casa, una estructura de madera compuesta
por tres habitaciones. La del medio alberga la cocina,
sala de estar y otras funciones. Las laterales, se dedican
a acoger la recámara y el almacén, respectivamente. No
bien entramos nos saltó a la vista un diploma de honor
colgado en la sala principal. Al preguntarle al respecto,
nos dijo ufana: Me lo otorgó el Estado en 1991, en el
Primer Concurso Nacional de Manifestaciones Artísticas
Folklóricas de China. Luego entró a su recámara y sacó
de ella una caja de madera. Cuando la abrió frente a nosotros
nos deslumbró la sucesión de retazos bordados y vestidos
típicos de los Miao.
¿Usted
ha hecho todo esto sola? – le preguntamos.
“Naturalmente,
- repuso con tono suave – Para nosotras, las mujeres Miao,
no saber hilar, tejer y bordar equivale casi de seguro
a quedarse sin novio, por eso desde muy pequeña empezamos
a aprender con nuestra madre las técnicas de esta labor”.
“Todas
sabemos bordar, -continuó- pero hay muy pocas mujeres
de nuestra etnia que como yo dominen a la perfección el
diseño de patrón. Cuando lo hago, no necesito dibujar
previamente: corto directamente sobre el papel según mi
imaginación. Mucha gente viene a comprar mi trabajo y
yo les vendo muy barato; solo unos centavos cada pieza”.
Mientras
nos contaba, señalaba con el dedo índice: “este es el
de flor de mariposa; aquellos son motivos para gorras,
zapatos, delantales, mangas y otras piezas. Los diseños
varían desde figuras humanas y de animales hasta plantas
y flores. Hago más de diez tipos, incluso algunos diseñados
con rayas geométricas, concebidos para ahuyentar los malos
espíritus y traer la buena suerte”.
Y
continuó: “desde la antigüedad hemos tenido la costumbre
de que los hombres trabajen fuera, dedicándose a las labores
del campo, mientras las mujeres se quedan en casa ocupadas
en cuidar a los niños y hacer los deberes domésticos.
El tiempo libre lo aprovechamos para tejer y bordar. Tal
vez por ser del sexo femenino, sabemos embellecer la vida.
Por ello, se suele menospreciar a las que no dominan las
técnicas del tejido y el bordado; nadie las quiere como
esposas. Para las que viven en la ciudad, eso no es de
mucha importancia, en cambio para nosotras, las en las
zonas rurales como yo, es un asunto serio y sumamente
importante”.
Wang Anli empezó a aprender las técnicas
del bordado y el recorte de papel desde los ocho años
de edad. Tras largos años de práctica ha legado a dominar
varias técnicas de esta labor, a saber, el punto llano,
el punto entorchado, el punto arena y el punto de cruz.
Para lograr una obra acabada fina y excelente, ella misma
criaba los gusanos, devanaba la seda cruda de los capullos
y teñía las telas con flores silvestres recogidas de la
montaña. Cuando bordaba, dividía cada hilo en cuatro finas
secciones, aunque ello le significaba mucho tiempo, pero
al final obtenía obras magníficas. Poco a poco, creció
su fama, lo que atrajo a numerosos compradores de las
aldeanas cercanas, interesados en sus bordados y papeles
recortados. De esta manera ganó cierta cantidad de dinero,
que su madre utilizó para organizarle el casamiento. Ante
todo, le compró una joya de plata de cinco kilos de peso
y luego adquirió vestidos. Cuando Wang cumplió 14 años,
todo estaba a punto para su boda. Se casó a los 16 años
de edad de forma clandestina con un joven a quien amaba.
Esta forma de matrimonio data de tiempos remotos. Cuentan
que hace muchos años, había una chica llamada Pei Yi,
quien acostumbraba a jugar en sus años de infancia con
un chico, Xiang Ju, con quien trenzó una relación de profundo
afecto mutuo. Al crecer y llegar a la edad de merecer,
empero, los padres de Pei Yi se opusieron al matrimonio
y la obligaron a casarse con un tirano de la etnia Miao.
Pero la chica se rebeló y escapó en secreto con su amor
de niñez en medio de la noche. Despechado, el tirano ordenó
a sus servidores que dieran muerte a los fugitivos. A
partir de entonces se popularizó este modo de casamiento,
como reflejo de la fidelidad de los Miao en temas de amor
conyugal.
“Para celebrar el matrimonio en estas
condiciones es preciso apegarse a una serie de procesos
tradicionales, - nos dijo la anciana, sumergida evidentemente
en dulces memorias de un ayer grato. “Un día, cuando
todos se habían acostado, mi novio vino a la aldea donde
yo vivía con mis padres, acompañado por una comitiva
de más de diez jóvenes de ambos sexos. Me silbó sirviéndose
de una hoja de árbol colocada en los labios. Esa era la
señal. Yo bajé y saqué mi equipaje, que había escondido
previamente en el establo, y en el cual llevaba mis joyas
y vestidos de boda. Me uní a ellos en silencio. Una vez
que comieron arroz glutinoso y pescado agrio traídos por mi novio, me llevaron a su casa. Ya era muy de madrugada.
Apenas hice entrada, los familiares de mi novio empezaron
a cantar canciones congratulatorias y luego lanzaron petardos
para anunciar la llegada de la novia. Al tercer día de
mi llegada a mi nueva familia, mis suegros enviaron dos
emisarios prestigiosos de su aldea para que se personaran
en mi casa con una gallina, cinco kilos de carne de cerdo
y una jarra de vino de arroz, para pedir excusas por haberse
llevado a su hija”.
“Según nuestra costumbre –añadió- si la familia de la
novia recibe los regalos ofrecidos, significa que está
de acuerdo con este matrimonio y debe esperar hasta el
nacimiento del primer nieto para celebrar oficialmente
la boda. Este acto se realiza cuando el primogénito cumple
los diez días de nacido, momento en el cual la familia
del marido del hombre agasaja con vino y carne de cerdo
a la familia de la mujer. Después de la exquisita comida,
la madre se sienta al lado de su hija recién casada y
le canta: Eres tan valiosa como el oro/ tienes que
poner a un lado tu mal genio, ocuparte bien de las tres
comidas diarias de la familia y dejar la ropa sucia tan
limpia como nueva. De este modo se declara oficializado
el matrimonio.”
Al
finalizar la ceremonia nupcial, un anciano saca del agua
hirviente un pollo previamente colocado allí para predecir
la fortuna del joven matrimonio. Se dice que si los ojos
de la gallina están abiertos significa que la pareja tendrá
un porvenir de dicha.
En la actualidad, este rito supersticioso
está casi olvidado. Los Miao han ido adoptando nuevas
formas de vida, que les hacen tan felices y alegres como
la anciana Wang Anli.

