JANUARY
2005


Wang Anli,

célebre bordadora de los Miao

LOS grupos étnicos minoritarios que habitan en zonas relativamente apartadas y aisladas de China, se han convertido en depositarios privilegiados de múltiples patrimonios, sobre todo de la herencia relacionada con la multiplicación de la vida y la prosperidad social.

Entre los 140 mil habitantes del distrito de Jiangxian, provincia de Guizhou,  los Miao, una de las 56 etnias minoritarias de China, constituyen el 93 por ciento de la población. Debido a sus excelentes bordados y diversas formas de dibujo caracterizados por un estilo artístico regional y destreza técnica, la zona ha ganado el apelativo de cuna del bordado Miao. Allí vive una anciana de 83 años de edad llamada Wang Anli, que en algún momento fue distinguida con el título de “Artista Folklórica Nacional,” por decisión del Ministerio de Cultura. Cuando la visitamos, la encontramos sentada a la sombra de una pequeña tienda, parapetada detrás de un par de gafas para corregir la hipermetropía, y ocupada en labores de bordado con mano rápida y hábil. Al reparar que la observábamos acuclillados a su lado, levantó la cabeza y nos preguntó en el dialecto local: “¿Qué miran?, ¿Qué hacen aquí?”  Al explicarle nuestros motivos, nos invitó a su casa con gesto amable.

Mirándola caminar de espaldas, con el pecho erguido y enérgicos pasos, nos costaba creer que tuviera una edad tan avanzada.

Al rato llegamos a su casa, una estructura de madera compuesta por tres habitaciones. La del medio alberga la cocina, sala de estar y otras funciones. Las laterales, se dedican a acoger la recámara y el almacén, respectivamente. No bien entramos  nos saltó a la vista un diploma de honor colgado en la sala principal. Al preguntarle al respecto, nos dijo ufana: Me lo otorgó el Estado en 1991, en el Primer Concurso Nacional de Manifestaciones Artísticas Folklóricas de China. Luego entró a su recámara y sacó de ella una caja de madera. Cuando la abrió frente a nosotros nos deslumbró la sucesión de retazos bordados y vestidos típicos de los Miao.

¿Usted ha hecho todo esto sola? – le preguntamos.

“Naturalmente, - repuso con tono suave – Para nosotras, las mujeres Miao, no saber hilar, tejer y bordar equivale casi de seguro a quedarse sin novio, por eso desde muy pequeña empezamos a aprender con nuestra madre las técnicas de esta labor”.

“Todas sabemos bordar, -continuó- pero hay muy pocas mujeres de nuestra etnia que como yo dominen a la perfección el diseño de patrón. Cuando lo hago, no necesito dibujar previamente: corto directamente sobre el papel según mi imaginación. Mucha gente viene a comprar mi trabajo y yo les vendo muy barato; solo unos centavos cada pieza”.

Mientras nos contaba, señalaba con el dedo índice: “este es el de flor de mariposa; aquellos son motivos para gorras, zapatos, delantales, mangas y otras piezas. Los diseños varían desde figuras humanas y de animales hasta plantas y flores. Hago más de diez tipos, incluso algunos diseñados con rayas geométricas, concebidos para ahuyentar los malos espíritus y traer la buena suerte”.

Y continuó: “desde la antigüedad hemos tenido la costumbre de que los hombres trabajen fuera, dedicándose a las labores del campo, mientras las mujeres se quedan en casa ocupadas en cuidar a los niños y hacer los deberes domésticos. El tiempo libre lo aprovechamos para tejer y bordar. Tal vez por ser del sexo femenino, sabemos embellecer la vida. Por ello, se suele menospreciar a las que no dominan las técnicas del tejido y el bordado; nadie las quiere como esposas. Para las que viven en la ciudad, eso no es de mucha importancia, en cambio para nosotras, las en las zonas rurales como yo, es un asunto serio y sumamente importante”.

Wang Anli empezó a aprender las técnicas del bordado y el recorte de  papel desde los ocho años de edad. Tras largos años de práctica ha legado a dominar varias técnicas de esta labor, a saber, el punto llano, el punto entorchado, el punto arena y el  punto de cruz. Para lograr una obra acabada fina y excelente, ella misma criaba los gusanos, devanaba la seda cruda de los  capullos y teñía las telas con flores silvestres recogidas de la montaña. Cuando bordaba, dividía cada hilo en cuatro finas secciones, aunque ello le significaba mucho tiempo, pero al final obtenía obras magníficas. Poco a poco, creció su fama, lo que atrajo a numerosos compradores de las aldeanas cercanas, interesados en sus bordados y papeles recortados. De esta manera ganó cierta cantidad de dinero, que su madre utilizó para organizarle el casamiento. Ante todo, le compró una joya de plata de cinco kilos de peso y luego adquirió vestidos. Cuando Wang cumplió 14 años, todo estaba a punto para su boda. Se casó a los 16 años de edad de forma clandestina con un joven a quien  amaba. Esta forma de matrimonio data de tiempos remotos. Cuentan que hace muchos años, había una chica llamada Pei Yi, quien acostumbraba a jugar en sus años de infancia con un chico, Xiang Ju, con quien trenzó una relación de profundo afecto mutuo. Al crecer y llegar a la edad de merecer, empero, los padres de Pei Yi se opusieron al matrimonio y la obligaron a casarse con un tirano de la etnia Miao. Pero la chica se rebeló y escapó en secreto con su amor de niñez en medio de la noche. Despechado, el tirano ordenó a sus servidores que dieran muerte a los fugitivos. A partir de entonces se popularizó este modo de casamiento, como reflejo de la fidelidad de los Miao en temas de amor conyugal.

“Para celebrar el matrimonio en estas condiciones es preciso apegarse a una serie de procesos tradicionales, - nos dijo la anciana, sumergida evidentemente en dulces memorias de un ayer grato.  “Un día, cuando todos se habían acostado, mi novio vino a la aldea donde yo vivía con mis padres, acompañado por una  comitiva de más de diez jóvenes de ambos sexos.  Me silbó sirviéndose de una hoja de árbol colocada en los labios. Esa era la señal. Yo bajé y saqué mi equipaje, que había escondido previamente en el establo, y en el cual llevaba mis joyas y vestidos de boda. Me uní a ellos en silencio. Una vez que comieron arroz glutinoso y pescado agrio traídos por mi novio, me llevaron a su casa. Ya era muy de madrugada. Apenas hice entrada, los familiares de  mi novio empezaron a cantar canciones congratulatorias y luego lanzaron petardos para anunciar la llegada de la novia.  Al tercer día de mi llegada a mi nueva familia, mis suegros enviaron dos emisarios prestigiosos de su aldea para que se personaran en mi casa con una gallina, cinco kilos de carne de cerdo y una jarra de vino de arroz, para pedir excusas por haberse llevado a su hija”.

“Según nuestra costumbre –añadió- si la familia de la novia recibe los regalos ofrecidos, significa que está de acuerdo con este matrimonio y debe esperar hasta el nacimiento del primer nieto  para celebrar oficialmente la boda. Este acto se realiza cuando el primogénito cumple los diez días de nacido, momento en el cual la familia del marido del hombre agasaja con vino y carne de cerdo  a la familia de la mujer. Después de la exquisita comida, la madre se sienta al lado de su hija recién casada y le canta: Eres tan valiosa como el oro/ tienes que poner a un lado tu mal genio, ocuparte bien de las tres comidas diarias de la familia y dejar la ropa sucia tan limpia como nueva. De este modo se declara  oficializado el matrimonio.”

Al finalizar la ceremonia nupcial, un anciano saca del agua hirviente un pollo previamente colocado allí para predecir la fortuna del joven matrimonio. Se dice que si los ojos de la gallina están abiertos significa que la pareja tendrá un porvenir de dicha.

En la actualidad, este rito supersticioso está casi olvidado. Los Miao han ido adoptando nuevas formas de vida, que les hacen tan felices y alegres como la anciana Wang Anli. 

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