De buen
humor
Un
hombre que cargaba una larga pértiga se aproximó a una puerta
en la localidad de Lu. Primero intentó penetrar en el inmueble
llevando la vara verticalmente, pero le fue imposible. La
colocó horizontalmente y el resultado fue el mismo. Se sintió
perdido. En eso un anciano se aproximó y le dijo: No soy
sabio, pero ¡qué no habré visto! ¿Por qué no cortas la
pértiga a la mitad para poder entrar? El aludido no perdió
tiempo y muy dispuesto siguió el consejo del viejo.
Dos intelectuales venidos a menos fantaseaban sobre manjares
y descanso. Uno de ellos dijo: Durante toda mi existencia
me he visto privado del alimento y el sueño. Cuando triunfe
comeré y dormiré como Dios manda. Después de dormir volveré
a comer". El otro comentó: "Eso no va conmigo.
Yo comeré primero, y luego seguiré comiendo. ¿A qué viene
perder el tiempo en dormir?"
En cierta ocasión Yu Gong se emborrachó como una cuba.
Luego se acercó a la casa del consejero Lu y vomitó justo
a la puerta. El portero le regañó en duros términos: ¿Qué
clase de animal eres que te vomitas en la puerta ajena?
Esta es una puerta antigua. ¿Acaso no lo ves? Gong señaló
su propia boca diciendo. "Precisamente. ¿No notas lo
vieja que se ha puesto mi boca también?"
La
Sra. Liu, esposa de Xu Yifang, alardeaba constantemente
de su pureza y castidad. En cierta ocasión, y luego de estar
ausente todo un año, Yifang regresó a casa de repente.
Le dijo a su esposa: “Cuando te aburrías aquí a solas,
¿ibas de visita a casa de nuestros familiares en el barrio?”
Liu respondió: “Desde que te fuiste cerré la casa cal y
canto y me mantuve dentro. Nunca puse un pie afuera.” Yifang
suspiró: “!Dios mío!” y le preguntó cómo se había entretenido.
La esposa respondió: “De vez en cuando escribía un poema
para expresar mis sentimientos.” Yifang no cabía en sí de
gozo y le pidió mostrarle los poemas. Al abrir el pliego
que recogía los textos, el primer título que leyeron sus
ojos fue: “Invitación al monje de enfrente en una noche
de luna, para una conversación agradable.”
Alguien escribió a un ricacho pidiéndole
prestado el buey. El dueño del animal estaba atendiendo
en ese momento a un huésped y decidió ocultarle que no sabía
leer. Pavoneándose, rompió el sello, miró la nota con indiferencia
y dijo: "Iré en persona".
|