“Despiertan”
delfines a una niña de su parálisis cerebral
Por NING MENG

Al nacer en 1992
en Shenzhen, Hu Yueting se convirtió en “una hija problemática”,
debido al difícil parto de su madre.
Tres meses después, el “problema”
de la pequeña se puso de relieve: empezó a mirar por el
rabo del ojo. A los cinco meses, aún no podía levantar
la cabeza. Sus padres la llevaron al hospital. El resultado
del examen médico los dejó atónitos: la niña padecía de
parálisis cerebral.
Cuando llegó a la edad en que
debía hablar, la pequeña Hu sólo podía emitir los sonidos
“ah, ah”, por mucho que le enseñaran sus padres. No pudo
caminar hasta los 4 años. A los 9, todavía no sabía pronunciar
los vocablos “papá” y “mamá”, y por su inteligencia indescriptiblemente
baja, parecía una niña de dos o tres años. No podía pensar
ni hacer nada. Tenían que cuidarla mucho e incluso darle
de comer y ayudarla a ir al baño. En una palabra, la niña
era casi tonta.
Desde que tuvieron a su hija, los padres de Hua Yueting, empleados
de alto rango, no habían gozado ni un solo día de felicidad
familiar. Dedicaron todo su tiempo libre y toda su energía
a la búsqueda de médicos y remedios. La llevaron a grandes
hospitales del país, donde se le aplicaron diversas terapias,
incluyendo la acupuntura. Pero sus esfuerzos resultaron
vanos. Los expertos les dijeron que por el momento no había
ningún tratamiento eficaz para curar su enfermedad.
El profundo amor de estos padres
por su hija hizo que éstos siguieran buscando la forma de
lograr su curación. En un día de agosto del 2001, el padre
leyó en un sitio Web un artículo que explicaba cómo algunos
científicos extranjeros utilizaban delfines para tratar
a niños con parálisis cerebral. La información ofrecía
datos alentadores: “El delfín puede emitir sonidos cuyas
ondas ultrasónicas tienen una frecuencia que oscila entre
los 2000 y los 100.000 Hz y que pueden activar el sistema
nervioso central del ser humano. Las ondas ultrasónicas
emitidas por el delfín podían provocar fuertes estímulos
y producir excitación en el paciente, con lo que se activarían
las células nerviosas que estuvieran “dormidas” y mejorarían
las funciones de su sistema nervioso.
Después de leerlo, los padres
rebosaban de alegría. Al analizar los datos sobre este
animal, reunidos más tarde, lograron saber que, dotado de
una alta capacidad de pensamiento, el delfín es un animal
simpático y superinteligente (con una inteligencia equivalente
a la de un niño de seis años), que puede comunicarse espiritualmente
con los niños y que, por ser dócil, no ataca al hombre.
Luego de estudiar esas informaciones, el padre expresó: “He oído decir
que en el acuario de Shenzhen se crían varios delfines.
Le pediremos a la dirección del acuario que nos ayude”.
La madre coincidió con la opinión de su esposo.
Un día llevaron a la pequeña al acuario, y visitaron al responsable
del mismo. Después de contarle todo lo referente a la enfermedad
de su hija y hablarle de su desesperanza en el tratamiento
médico, le presentaron su solicitud.
Al conocer la desgracia de la
familia, y tras mostrar su pena, dijo: “Debido a sus tres
presentaciones diarias, los delfines están algo cansados.
Además, tememos que personas extrañas puedan hacerlos enfermar
con sus microbios patógenos. Estos animales, traídos de
Sudamérica, son caros. Cada uno de ellos vale unos 600 mil
yuanes. Pero, de todas maneras, les daremos una respuesta
después de estudiar su solicitud”.
Unos días más tarde, el responsable
llamó por teléfono al padre de la pequeña Hu para decirle
que la dirección del acuario estaba de acuerdo con que los
delfines trataran a la niña, y que además había designado
a un empleado para ayudarlos. Tras consultarlo con el responsable,
los agradecidos padres decidieron llevar a la niña al acuario
una vez a la semana - el sábado o el domingo.
Singular tratamiento
de los delfines-“doctores”
Al llegar el primer sábado, los
padres llevaron a la pequeña al acuario. Por temor a que
los tres llevaran consigo bacterias patógenas, el empleado
los sometió a una rigurosa desinfección. Luego los condujo
al estanque de los delfines.
En el estanque hay cuatro delfines,
dos grandes y dos pequeñas, de espalda negra y abdomen blanco.
Al verlos llegar, las pequeñas nadaron rápidamente hacia
ellos, golpeando con la cola la superficie de agua. Al no
observar nada interesante o divertido, se fueron de inmediato.
Las grandes, dando una vuelta en “L” por el lado opuesto
del estanque, se quedaron quietas durante un largo rato.
El empleado le informó a los padres: “Las 4 delfines son
hembras, y viven aquí desde hace casi nueve años. Las pequeñas
son más activas, y las grandes son más tranquilas y no gustan
de moverse”. Al ver a los animalitos, Xiao Hu se puso alegre
y gritaba sin cesar.
No obstante, el delfín no es ser
humano. ¿Cómo hacerles tratar a su hija? Ellos no saben
aplicar inyecciones, suministrar medicamentos o dar masajes.
Xiao Hu era la primera en someterse a este tipo de tratamiento
dentro del país. Los padres de la pequeña estaban muy preocupados.
La madre opinó: “Según datos provenientes
del extranjero, el tratamiento consiste en hacer llegar
a la cabeza del paciente las potentes ondas ultrasónicas
que emiten los delfines. Debemos llevar en brazos a nuestra
hija y sentarnos con ella al borde del estanque. El delfín
tiene la característica innata de jugar con el hombre”.
“¡Dejemos que nuestra hija juegue con ellos!”, dijo el padre,
y acto seguido añadió: “¿pero qué hacemos si los delfines
no quieren jugar con ella?”
El empleado les dijo que, primeramente era mejor dejar que los delfines
se familiarizaran con la niña. Una vez que esto se lograra,
tendrían deseos de jugar con la chica, y añadió: “Cuando
estén contentos, lo expresarán con sus sonidos”.
Entonces, el padre llevo en brazos
a la pequeña Hu hasta el borde del estanque y la dejó allí,
de pie, esperando a que los delfines vinieran a jugar con
ella. Sin embargo, los cetáceos no se acercaron más. El
empleado le dijo al padre que golpeara con las manos la
superficie del agua. Al oír el ruido, vendrían las delfines.
Así lo hicieron, y en efecto, los dos pequeños nadaron hacia
el ruido. Al aproximarse a la niña, hicieron una travesura:
de repente, saltaron fuera del agua y luego se dejaron caer
pesadamente, salpicando a la pequeña, quien, aterrorizada,
se echó a llorar y rehusó acercarse al estanque. Después
de atemorizar la niña, las dos volvieron al otro lado del
estanque, y dejaron de hacerles caso.
Cada sábado, durante tres semanas
consecutivas, ansiosos de que su hija trabara amistad con
los delfines, los padres, cogiendo de la mano a la niña,
perseguían a las cetáceas por el borde del estanque, pero
éstos no parecían estar en disposición de jugar con ella.
La semana subsiguiente ofreció
la oportunidad de provocar un cambio radical. Llegaron
en el momento preciso en que se debía alimentar a los delfines
con pescado. Los ojos del padre adquirieron un brillo especial.
El hombre pensó: “Si mi hija, en vez del empleado, le da
de comer a los delfines, se podrían fortalecer los sentimientos
entre ellos. Entonces, habló con el empleado. Según las
prácticas del centro, los extraños no estaban autorizados
a hacerlo. El trabajador fue a pedirle permiso al responsable,
quien dio su consentimiento. La pequeña Hu sólo podía agarrar
el pescado mecánicamente, sin saber alimentar con él a los
delfines. La madre se adelantó para ayudar a la hija. Cogió
un pescado y se lo puso en la mano a la niña y luego le
aseguró el brazo de modo que pudiera alargarle el pescado
a los delfines. Al ver la comida, uno de los pequeños,
vacilando un poco, nadó con el hocico extendido hacia la
pequeña Hu. La niña colocó el pez en su hocico. Luego la
chica les ofreció otro pez, y el otro pequeño también vino,
lo tomó y se lo tragó. Más tarde, los dos delfines hembras
de mayor tamaño, mostrando su confianza en la niña, nadaron
uno detrás del otro hacia ella para aceptar su comida.
A partir de ese momento, se mostraron
gustosos de jugar con la chica, tratándola como su amiga.
Cada vez que Xiao Hu se presentaba en la orilla del estanque,
venían todos, jugando delante de ella y realizando diversos
actos. Cuando la niña introducía sus pies en el agua, se
los tocaban con sus hocicos o con sus cuerpos. Estos gestos
alegraban mucho a la chica, que en un estado de excitación,
aplaudía y gritaba. Al parecer, el ánimo de la pequeña
contagió a los delfines, que se ponían también muy alegres,
emitiendo sonidos alrededor de ella. Cuando lo hacían, los
padres acercaban la cabeza de la niña a donde ellos se encontraban
para poder captar las ondas invisibles.
Y se produjo
el milagro
¿Podría el juego con los delfines
y sus ondas ultrasónicas curar la enfermedad de su hija?
Los recelosos padres, aunque persistían en llevar a la niña
al acuario, se sentían inquietos. No obstante, al cabo
de un año, la pequeña experimentó cambios. Ahora ya podía
comprender las palabras de sus padres. Si se le enseñaba,
podía transportar un objeto de un lugar a otro. Ya sabía
coger granos de maní, frutas y otros comestibles y llevárselos
a la boca para comer, y sabía qué era delicioso y qué no.
Su apetito mejoraba día a día. El mayor cambio consistió
en que ya podía llamar a sus padres “papá” y “mamá”, y que
también podía decir otras palabras.
A los ojos de sus padres, la pequeña Hu, comparada con la de antes,
era una niña distinta. “Nunca nos imaginamos que los delfines
pudieran curar la enfermedad de nuestra hija. Es realmente
un milagro”. Al ver que a medida en que pasaban los días
su hija podía hacer nuevas cosas, la madre lloraba de emoción.
“Pero por eso no vamos a interrumpir el tratamiento, sino
que procuraremos estrechar la amistad entre la niña y los
delfines”, señaló el padre, quien deseaba obtener aún mejores
resultados.
Entonces, previo consentimiento
del responsable del acuario, la pequeña Hu, vestida de salvavidas
y con la ayuda y protección de un buzo, bajaba a lo profundo
del estanque, para tener un contacto más estrecho con las
cetáceas. Esa práctica resultó más eficaz. Parecía que
a los delfines les gustaba su presencia. De ese modo,
al encontrarse cerca de la niña, podían mostrarle con mayor
facilidad la pericia de sus movimientos, jugar con ella,
tocarla con las diversas partes de sus cuerpos y exteriorizar
sus sentimientos con su propio lenguaje -con los sonidos,
que emitían hacia la pequeña.
A fines del año 2003, el padre
dijo muy contento al reportero que su hija había hecho nuevos
progresos: antes, cuando caminaba, se le caía el brazo derecho,
como su estuviera muerto. Ahora, puede moverlo con tanta
soltura como el izquierdo. El padre ha obtenido más datos
sobre este tratamiento. En años recientes, en algunos países,
como EE.UU., Australia y México, se han efectuado experimentos
con este método de recuperación, es decir, valiéndose de
delfines. Algunos criaderos de estos mamíferos cetáceos
en esas naciones desempeñan el papel de “centro médicos”.
En ellos, investigadores o doctores utilizan delfines para
tratar a niños con parálisis cerebral, nervio central y
otras enfermedades persistentes. Estos niños no saben hablar,
o sufren de entumecimiento en sus 4 miembros, o no saben
andar, o sólo saben reír estúpidamente. Como consecuencia,
se han operado cambios de diverso grado en la mayoría de
ellos.
El padre concluyó diciendo: En
China hay muchos niños que padecen de parálisis cerebral,
pero no existe un tratamiento médico eficaz. Pocas personas
conocen que existe un método que utiliza delfines para tratarlos.
Sólo su hija se ha sometido a este tipo de tratamiento,
y confía en que pueda recuperarse. Desea que llegue cuanto
antes ese día, pues el éxito alcanzado en el caso de la
pequeña Hu serviría de aliento a los padres de otros niños
con parálisis cerebral en China, ya que para éstos habría
entonces un rayo de esperanza.
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