JULIO
2004


“Despiertan” delfines a una niña de su parálisis cerebral

Por NING MENG

Al nacer en 1992 en Shenzhen, Hu Yueting se convirtió en “una hija problemática”, debido al difícil parto de su madre.

Tres meses después, el “problema” de la pequeña se puso de relieve: empezó a mirar por el rabo del ojo.  A los cinco meses, aún no podía levantar la cabeza. Sus padres la llevaron al hospital. El resultado del examen médico los dejó atónitos: la niña padecía de parálisis cerebral.

Cuando llegó a la edad en que debía hablar, la pequeña Hu sólo podía emitir los sonidos “ah, ah”, por mucho que le enseñaran sus padres. No pudo caminar hasta los 4 años. A  los 9, todavía no sabía pronunciar los vocablos “papá” y “mamá”, y por su inteligencia indescriptiblemente baja, parecía una niña de dos o tres años.  No podía pensar ni hacer nada.  Tenían que cuidarla mucho e incluso darle de comer y ayudarla a ir al baño.  En una palabra, la niña era casi tonta.

Desde que tuvieron a su hija, los padres de Hua Yueting, empleados de alto rango, no habían gozado ni un solo día de felicidad familiar. Dedicaron todo su tiempo libre y toda su energía a la búsqueda de médicos y remedios. La llevaron a grandes hospitales del país, donde se le aplicaron diversas terapias, incluyendo la acupuntura. Pero sus esfuerzos resultaron vanos. Los expertos les dijeron que por el momento no había ningún tratamiento eficaz para curar su enfermedad.

El profundo amor de estos padres por su hija hizo que éstos siguieran buscando la forma de lograr su curación.  En un día de agosto del 2001, el padre leyó en un sitio Web un artículo que explicaba cómo algunos científicos extranjeros utilizaban delfines para tratar a niños con parálisis cerebral.  La información ofrecía datos alentadores: “El delfín puede emitir sonidos cuyas ondas ultrasónicas tienen una frecuencia que oscila entre  los 2000 y los 100.000 Hz  y que pueden activar el sistema nervioso central del ser humano. Las ondas ultrasónicas emitidas por el delfín podían provocar fuertes estímulos y producir excitación en el paciente, con lo que se activarían las células nerviosas que estuvieran “dormidas” y  mejorarían las funciones de su sistema nervioso.

Después de leerlo, los padres rebosaban de alegría.  Al analizar los datos sobre este animal, reunidos más tarde, lograron saber que, dotado de una alta capacidad de pensamiento, el delfín es un animal simpático y superinteligente (con una inteligencia equivalente a la de un niño de seis años), que puede comunicarse espiritualmente con los niños y que, por ser dócil, no ataca al hombre.

Luego de estudiar esas informaciones, el padre expresó: “He oído decir que en el acuario de Shenzhen se crían varios delfines. Le pediremos a la dirección del acuario que nos ayude”. La madre coincidió con la opinión de su esposo.

Un día llevaron a la pequeña al acuario, y visitaron al responsable del mismo. Después de contarle todo lo referente a la enfermedad de su hija y hablarle de su desesperanza en el tratamiento médico, le presentaron su solicitud.

Al conocer la desgracia de la familia, y tras mostrar su pena, dijo: “Debido a sus tres presentaciones diarias, los delfines están algo cansados. Además, tememos que personas extrañas puedan hacerlos enfermar con sus microbios patógenos.  Estos animales, traídos de Sudamérica, son caros. Cada uno de ellos vale unos 600 mil yuanes. Pero, de todas maneras, les daremos una respuesta después de estudiar su solicitud”.

Unos días más tarde, el responsable llamó por teléfono al padre de la pequeña Hu para decirle que la dirección del acuario estaba de acuerdo con que los delfines trataran a la niña, y que además había designado a un empleado para ayudarlos. Tras consultarlo con el responsable, los agradecidos padres decidieron llevar a la niña al acuario una vez a la semana - el sábado o  el domingo.

Singular tratamiento de los delfines-“doctores”

Al llegar el primer sábado, los padres llevaron a la pequeña al acuario. Por temor a que los tres llevaran consigo bacterias patógenas, el empleado los sometió a una rigurosa desinfección.  Luego los condujo al estanque de los delfines.

En el estanque hay cuatro delfines, dos grandes y dos pequeñas, de espalda negra y abdomen blanco. Al verlos llegar, las pequeñas nadaron rápidamente hacia ellos, golpeando con la cola la superficie de agua. Al no observar nada interesante o divertido, se fueron de inmediato. Las grandes, dando una vuelta en “L” por el lado opuesto del estanque, se quedaron quietas durante un largo rato.  El empleado le informó a los padres: “Las 4 delfines son hembras, y viven aquí desde hace casi nueve años.  Las pequeñas son más activas, y las grandes son más tranquilas y no gustan de moverse”. Al ver a los animalitos, Xiao Hu se puso alegre y gritaba sin cesar.

No obstante, el delfín no es ser humano. ¿Cómo hacerles tratar a su hija? Ellos no saben aplicar inyecciones, suministrar medicamentos o dar masajes.  Xiao Hu era la primera en someterse a este tipo de tratamiento dentro del país.  Los padres de la pequeña estaban muy preocupados.

La madre opinó: “Según datos provenientes del extranjero, el tratamiento consiste en hacer llegar a la cabeza del paciente las potentes ondas ultrasónicas que emiten los delfines.  Debemos llevar en brazos a nuestra hija y sentarnos con ella al borde del estanque.  El delfín tiene la característica innata de jugar con el hombre”. “¡Dejemos que nuestra hija juegue con ellos!”, dijo el padre, y acto seguido añadió: “¿pero qué hacemos si los delfines no quieren jugar con ella?”

El empleado les dijo que, primeramente era mejor dejar que los delfines se familiarizaran con la niña. Una vez que esto se lograra, tendrían deseos de jugar con la chica, y añadió: “Cuando estén contentos, lo expresarán con sus sonidos”.

Entonces, el padre llevo en brazos a la pequeña Hu hasta el borde del estanque y la dejó allí, de pie, esperando a que los delfines vinieran a jugar con ella. Sin embargo, los cetáceos no se acercaron más. El empleado le dijo al padre que golpeara con las manos la superficie del agua. Al oír el ruido, vendrían las delfines.  Así lo hicieron, y en efecto, los dos pequeños nadaron hacia el ruido.  Al aproximarse a la niña, hicieron una travesura: de repente, saltaron fuera del agua y luego se dejaron caer pesadamente, salpicando a la pequeña, quien, aterrorizada, se echó a llorar y rehusó acercarse al estanque.  Después de atemorizar la niña, las dos volvieron al otro lado del estanque, y dejaron de hacerles caso.

Cada sábado, durante tres semanas consecutivas,  ansiosos de que su hija trabara amistad con los delfines, los padres, cogiendo de la mano a la niña, perseguían a las cetáceas  por el borde del estanque, pero éstos no parecían estar en disposición de jugar con ella.

La semana subsiguiente ofreció la oportunidad de provocar un cambio radical.  Llegaron en el momento preciso en que se debía alimentar a los delfines con pescado.  Los ojos del padre adquirieron un brillo especial.  El hombre pensó: “Si mi hija, en vez del empleado, le da de comer a los delfines, se podrían fortalecer los sentimientos entre ellos.  Entonces, habló con el empleado. Según las prácticas del centro, los extraños no estaban autorizados a hacerlo. El trabajador fue a pedirle permiso al responsable, quien dio su consentimiento. La pequeña Hu sólo podía agarrar el pescado mecánicamente, sin saber alimentar con él a los delfines. La madre se adelantó para ayudar a la hija. Cogió un pescado y se lo puso en la mano a la niña y luego le aseguró el brazo de modo que  pudiera alargarle el pescado a los delfines.  Al ver la comida, uno de los pequeños, vacilando un poco, nadó con el hocico extendido hacia la pequeña Hu.  La niña colocó el pez en su hocico. Luego la chica les ofreció otro pez, y el otro pequeño también vino, lo tomó y se lo tragó.  Más tarde, los dos delfines hembras de mayor tamaño, mostrando su confianza en la niña, nadaron uno detrás del otro hacia ella para aceptar su comida.

A partir de ese momento, se mostraron gustosos de jugar con la chica, tratándola como su amiga.  Cada vez que Xiao Hu se presentaba en la orilla  del estanque, venían todos,  jugando delante de ella y realizando diversos actos.  Cuando la niña introducía sus pies en el agua, se los tocaban con sus hocicos o con sus cuerpos.  Estos gestos alegraban mucho a la chica, que en un estado de excitación, aplaudía y gritaba.  Al parecer, el ánimo de la pequeña contagió a los delfines, que se ponían también muy alegres, emitiendo sonidos alrededor de ella. Cuando lo hacían, los padres acercaban la cabeza de la niña a donde ellos se encontraban para poder captar las ondas invisibles.

Y se produjo el milagro

¿Podría el juego con los delfines y sus ondas ultrasónicas curar la enfermedad de su hija?  Los recelosos padres, aunque persistían en llevar a la niña al acuario, se sentían inquietos.  No obstante, al cabo de un año, la pequeña experimentó cambios.  Ahora ya podía comprender las palabras de sus padres.  Si se le enseñaba, podía transportar un objeto de un lugar a otro. Ya sabía coger granos de maní, frutas y otros comestibles y llevárselos a la boca para comer, y sabía qué era delicioso y qué no.  Su apetito mejoraba día a día.  El mayor cambio consistió en que ya podía llamar a sus padres “papá” y “mamá”, y que también podía decir otras palabras.

A los ojos de sus padres, la pequeña Hu, comparada con la de antes, era una niña distinta. “Nunca nos imaginamos que los delfines pudieran curar la enfermedad de nuestra hija. Es realmente un milagro”. Al ver que a medida en que pasaban los días su hija podía hacer nuevas cosas, la madre lloraba de emoción. “Pero por eso no vamos a interrumpir el tratamiento, sino que procuraremos estrechar la amistad entre la niña y los delfines”, señaló el padre, quien deseaba obtener aún mejores resultados.

Entonces, previo consentimiento del responsable del acuario, la pequeña Hu, vestida de salvavidas y con la ayuda y protección de un buzo, bajaba a lo profundo del estanque, para tener un contacto más estrecho con las cetáceas.  Esa práctica resultó más eficaz.  Parecía que a los delfines les gustaba su presencia.  De ese modo,  al encontrarse cerca de la niña, podían mostrarle con mayor facilidad la pericia de sus movimientos, jugar con ella, tocarla con las diversas partes de sus cuerpos y exteriorizar sus sentimientos con su propio lenguaje -con los sonidos, que emitían hacia la pequeña.

A fines del año 2003, el padre dijo muy contento al reportero que su hija había hecho nuevos progresos: antes, cuando caminaba, se le caía el brazo derecho, como su estuviera muerto.  Ahora, puede moverlo con tanta soltura como el izquierdo.  El padre ha obtenido más datos sobre este tratamiento. En años recientes, en algunos países, como EE.UU., Australia y México, se han efectuado experimentos con este método de recuperación, es decir, valiéndose de delfines. Algunos criaderos de estos mamíferos cetáceos en esas naciones desempeñan el papel de “centro médicos”. En ellos, investigadores  o doctores utilizan delfines para tratar a niños con parálisis cerebral, nervio central  y otras enfermedades persistentes.  Estos niños no saben hablar, o sufren de entumecimiento en sus 4 miembros, o no saben andar, o sólo saben reír estúpidamente. Como consecuencia, se han operado cambios de diverso grado en la mayoría de ellos.

El padre concluyó diciendo: En China hay muchos niños que padecen de parálisis cerebral, pero no existe un tratamiento médico eficaz.  Pocas personas conocen que existe un método que utiliza delfines para tratarlos. Sólo su hija se ha sometido a este tipo de tratamiento, y confía en que pueda recuperarse. Desea que llegue cuanto antes ese día, pues el éxito alcanzado en el caso de la pequeña Hu serviría de aliento a los padres de otros niños con parálisis cerebral en China, ya que para éstos habría entonces un rayo de esperanza.

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