Mi
imperecedero idilio con China
Por
J. Vicente Castelló
Existen
muchos motivos por los que un extranjero decide instalarse
en un país tan enigmático y extraño como China. Sin embargo,
para muchos occidentales, el gigante asiático sigue siendo
un gran desconocido y apenas distinguen momentos puntuales
de su historia –-como la visita de Marco Polo o la Revolución
Cultural del Mao-, para otros lo mejor de China es su
gastronomía, muchos sueñan con pisar algún día la Gran
Muralla y algunos con visitar el Ejército de Terracota
o la Ciudad Prohibida. Yo sólo me conformo con todo eso
y algo más.
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La
calle comercial Nanjing de Shanghai impresiona por
la cantidad de visitantes y las numerosas tiendas
que hay en ella.
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Fotografiando
un detalle del tejado de una casa china en Pingyao.
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Mi
imperecedero idilio con China comenzó en 1986. En aquél
entonces me encontraba estudiando idioma chino en la Universidad
de Traductores de Granada, España, y, aunque no sabía muy
bien porqué había escogido ese idioma, sí sabía que a partir
de ese momento mi vida iba a cambiar por completo.
Mis
primeros pasos con el mandarín fueron difíciles y tortuosos.
Me resultaba especialmente complicado la distinta pronunciación,
diferenciar los cuatro tonos y el límite silábico del idioma.
Tras
un año de aprendizaje decidí lanzarme a la aventura y con
una mochila como todo equipaje me planté en territorio chino.
La entrada la hice por Guangzhou, lo que complicó aún más
mi límite lingüístico. Si el mandarín me resultaba difícil,
el cantonés era una meta inalcanzable.
En 1987 China era muy distinta a la de hoy en día. Las comodidades
y facilidades que existen en la actualidad a la hora de
viajar no tienen nada que ver con las de entonces, aún así
durante mes y medio descubrí lugares tan fantásticos como
el Delta del río de la Perla –en la provincia de Guangdong-,
Guilin –en la provincia Zhuang de Guangxi-, Shanghai o Beijing,
ciudades aletargadas ya en expansión y evolución.
La Gran Muralla me impresionó y la plaza de Tian’anmen me maravilló.
En la Ciudad Prohibida me sentí como un auténtico emperador
y en el Palacio de Verano me imaginé conversando con la
mismísima emperatriz Cixi.
Sin embargo, no fue hasta 1991, tras mi graduación en la universidad,
cuando decidí instalarme definitivamente en China. Me matriculé
en el entonces Instituto de Idiomas de Beijing y cursé estudios
de chino y comercio internacional durante dos años.
Atraído por la belleza del interior del país, decidí dejar la capital
china para instalarme en Chengdu, capital de la provincia
de Sichuan, donde estuve un año más entre gente alegre,
aromas de salsa picante, una huerta exuberante y un clima
húmedo.
Mi maravillosa e inolvidable época de estudiante me permitió gozar
de largas y repetidas vacaciones, circunstancia que aproveché
al máximo para viajar y descubrir los encantos de este gigantesco
y multicultural país. Así, recorrí lugares tan distintos
y lejanos como Xi’an o Hong Kong, pasando por Lhasa, Urumchi,
Macao, Dalian, Lanzhou, Jiuzhaigou o Kashgar.
La diversidad cultural de China –con sus múltiples minorías étnicas-,
su exquisita gastronomía –con sus diferencias entre la comida
del norte y del sur, del este y del oeste- y la riqueza
histórica me cautivaron por completo durante esos tres años
de vida estudiantil, tiempo en el que aprendí a valorar
una nación que comenzaba a emerger en el panorama mundial
con fuerza y optimismo.
Exigencias laborales en mi propio país hicieron que mi idilio chino
se viera interrumpido durante siete años, tiempo durante
el cual no había día en el que no deseara volver a vivir
a China. La añoranza por una cultura tan distinta y ajena
a la mía no era bien comprendida por la gente que me rodeaba,
sin embargo, yo sabía que mi felicidad se encontraba a miles
de kilómetros.
La publicación mensual China Revista Ilustrada me dio la oportunidad
en 2001 de regresar a Beijing, aunque ésta vez como experto
del departamento de español. La colaboración profesional
en esta empresa, que aún continúa, me ha permitido ampliar
mis conocimientos del país, profundizar en el idioma, hacer
buenas amistades y viajar aún más por todo el país.
De la mano de mis compañeros de trabajo descubrí lugares tan fascinantes
como las grutas de Longmen, en la provincia de Henan, donde
además asistimos al Festival de la Peonía; Pingyao, en la
provincia de Shanxi, en mi opinión uno de los lugares más
maravillosos y mejor conservados de toda la cultura han;
la isla de Hainan, paraíso tropical; el Monasterio de Shaolin
Si, también en Henan; o Tangshan, en la provincia de Hebei,
donde en 1976 un terremoto asoló por completo la ciudad.
Durante los diecisiete años transcurridos desde que pisara por primera
vez suelo chino, he sido testigo de multitud de cambios
que han transformado y continúan transformado este país.
Así, Beijing se está preparando para unas Olimpiadas, las
del 2008, que serán recordadas en todo el mundo, mientras
que Shanghai, organizadora de la Exposición Universal de
2010, se lanza de lleno a la conquista de la capitalidad
económica de Asia, con el importante propósito de robar
protagonismo a urbes tan modernas y privilegiadas como Hong
Kong, Tokio, Seúl o Singapur.
Mi propósito
es permanecer en China una temporada más y ser testigo directo
de todos esos cambios para poder gozar de ellos y contarlo
a quien lo quiera escuchar.
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