JULIO
2004


Mi imperecedero idilio con China
Por J. Vicente Castelló

Existen muchos motivos por los que un extranjero decide instalarse en un país tan enigmático y extraño como China. Sin embargo, para muchos occidentales, el gigante asiático sigue siendo un gran desconocido y apenas distinguen momentos puntuales de su historia –-como la visita de Marco Polo o la Revolución Cultural del Mao-, para otros lo mejor de China es su gastronomía, muchos sueñan con pisar algún día la Gran Muralla y algunos con visitar el Ejército de Terracota o la Ciudad Prohibida. Yo sólo me conformo con todo eso y algo más.

La calle comercial Nanjing de Shanghai impresiona por la cantidad de visitantes y las numerosas tiendas que hay en ella.

Fotografiando un detalle del tejado de una casa china en Pingyao.

Mi imperecedero idilio con China comenzó en 1986. En aquél entonces me encontraba estudiando idioma chino en la Universidad de Traductores de Granada, España, y, aunque no sabía muy bien porqué había escogido ese idioma, sí sabía que a partir de ese momento mi vida iba a cambiar por completo.

Mis primeros pasos con el mandarín fueron difíciles y tortuosos. Me resultaba especialmente complicado la distinta pronunciación, diferenciar los cuatro tonos y el límite silábico del idioma.

Tras un año de aprendizaje decidí lanzarme a la aventura y con una mochila como todo equipaje me planté en territorio chino. La entrada la hice por Guangzhou, lo que complicó aún más mi límite lingüístico. Si el mandarín me resultaba difícil, el cantonés era una meta inalcanzable.

En 1987 China era muy distinta a la de hoy en día. Las comodidades y facilidades que existen en la actualidad a la hora de viajar no tienen nada que ver con las de entonces, aún así durante mes y medio descubrí lugares tan fantásticos como el Delta del río de la Perla –en la provincia de Guangdong-, Guilin –en la provincia Zhuang de Guangxi-, Shanghai o Beijing, ciudades aletargadas ya en expansión y evolución.

La Gran Muralla me impresionó y la plaza de Tian’anmen me maravilló. En la Ciudad Prohibida me sentí como un auténtico emperador y en el Palacio de Verano me imaginé conversando con la mismísima emperatriz Cixi.

Sin embargo, no fue hasta 1991, tras mi graduación en la universidad, cuando decidí instalarme definitivamente en China. Me matriculé en el entonces Instituto de Idiomas de Beijing y cursé estudios de chino y comercio internacional durante dos años.

Atraído por la belleza del interior del país, decidí dejar la capital china para instalarme en Chengdu, capital de la provincia de Sichuan, donde estuve un año más entre gente alegre, aromas de salsa picante, una huerta exuberante y un clima húmedo.

Mi maravillosa e inolvidable época de estudiante me permitió gozar de largas y repetidas vacaciones, circunstancia que aproveché al máximo para viajar y descubrir los encantos de este gigantesco y multicultural país. Así, recorrí lugares tan distintos y lejanos como Xi’an o Hong Kong, pasando por Lhasa, Urumchi, Macao, Dalian, Lanzhou, Jiuzhaigou o Kashgar.

La diversidad cultural de China –con sus múltiples minorías étnicas-, su exquisita gastronomía –con sus diferencias entre la comida del norte y del sur, del este y del oeste- y la riqueza histórica me cautivaron por completo durante esos tres años de vida estudiantil, tiempo en el que aprendí a valorar una nación que comenzaba a emerger en el panorama mundial con fuerza y optimismo.

Exigencias laborales en mi propio país hicieron que mi idilio chino se viera interrumpido durante siete años, tiempo durante el cual no había día en el que no deseara volver a vivir a China. La añoranza por una cultura tan distinta y ajena a la mía no era bien comprendida por la gente que me rodeaba, sin embargo, yo sabía que mi felicidad se encontraba a miles de kilómetros.

La publicación mensual China Revista Ilustrada me dio la oportunidad en 2001 de regresar a Beijing, aunque ésta vez como experto del departamento de español. La colaboración profesional en esta empresa, que aún continúa, me ha permitido ampliar mis conocimientos del país, profundizar en el idioma, hacer buenas amistades y viajar aún más por todo el país.

De la mano de mis compañeros de trabajo descubrí lugares tan fascinantes como las grutas de Longmen, en la provincia de Henan, donde además asistimos al Festival de la Peonía; Pingyao, en la provincia de Shanxi, en mi opinión uno de los lugares más maravillosos y mejor conservados de toda la cultura han; la isla de Hainan, paraíso tropical; el Monasterio de Shaolin Si, también en Henan; o Tangshan, en la provincia de Hebei, donde en 1976 un terremoto asoló por completo la ciudad.

Durante los diecisiete años transcurridos desde que pisara por primera vez suelo chino, he sido testigo de multitud de cambios que han transformado y continúan transformado este país. Así, Beijing se está preparando para unas Olimpiadas, las del 2008, que serán recordadas en todo el mundo, mientras que Shanghai, organizadora de la Exposición Universal de 2010, se lanza de lleno a la conquista de la capitalidad económica de Asia, con el importante propósito de robar protagonismo a urbes tan modernas y privilegiadas como Hong Kong, Tokio, Seúl o Singapur.

Mi propósito es permanecer en China una temporada más y ser testigo directo de todos esos cambios para poder gozar de ellos y contarlo a quien lo quiera escuchar.

n