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De
vuelta al pueblo natal para pasar la Fiesta de la Primavera |
Emigrando
a la ciudad con plena confianza |
Vida
real de inmigrantes en la ciudad
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Xiao
Cui trabajando con ahínco (Li Yue)
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Zhu
Lili en plena faena (Zhang Yuan)
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Lao Wu sale a trabajar (Zhang Yuan)
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Por ZHANG YUAN
Los emigrantes son el grupo que se encuentra en el último peldaño social
en la gran ciudad y se gana la vida vendiendo su fuerza física.
La mayoría de ellos provienen del campo y van a la ciudad
anhelando una vida mejor. No cuentan con nada más que su fuerza
física. Lo que cobran por todo un año de trabajo equivale
al sueldo mensual de un ejecutivo urbano. Aún así, están satisfechos,
pues al menos, ganan mucho más que sus padres en el campo.
Xiao Cui, operario de la limpieza
A las cuatro de la
madrugada, cuando los beijineses todavía duermen, Xiao Cui
sale de casa para ir a trabajar llevándose sus herramientas
de limpieza. El equipo de saneamiento de Zhanlanlu, del
barrio urbano Xicheng, que contrata a Xiao Cui, aplica el
sistema laboral de turnos de 18 horas. Cada día Xiao Cui
tiene que limpiar 7.500 metros cuadrados de calles para
ganar 0,2 yuanes por cada 3 metros cuadrados.
Oriundo
de Mongolia Interior, Xiao Cui ya lleva siete años viviendo
en Beijing. Ha cambiado tres veces de trabajo, así ha estado
en un taller de reparación de automóviles, en un restaurante
y en un equipo de obreros. Por fin, gracias a la recomendación
de un paisano suyo, ha sido aceptado como operario del servicio
de limpieza urbana en la entidad actual. Entre los 70 empleados
con los que cuenta el equipo, Xiao Cui, de 24 años, es el
más joven. “Me gusta este trabajo, ya que puedo ganar un
salario por horas y mis colegas me tratan muy bien”, dice
con alegría.
A las nueve de la mañana, Xiao Cui debe entregar la basura recogida
a la unidad de reciclaje y, después, puede descansar un
rato en su dormitorio. Su novia también trabaja en el mismo
equipo. Según Xiao Cui, aunque las calles de Beijing son
cada vez más anchas y la ciudad más bonita, los barrederos
como él siguen siendo una clase social menospreciada. La
pareja desea regresar a su pueblo natal a celebrar su boda
cuando tengan ahorrado entre 30.000 y 40.000 yuanes.
Zhu Lili,
camarera de un restaurante
Tras
terminar los estudios en la escuela secundaria en 1997,
Zhu Lili vino a Beijing junto con varios amigos de su pueblo
natal, situado en la provincia de Henan. Durante los primeros
seis meses en Beijing, no ganó ni un centavo. Poco después,
fue contratada como empleada a prueba en varios restaurantes
y perdió el trabajo antes de que expirara el plazo de prueba
por no haber cumplido correctamente con los requerimientos,
según los patrones.
Después de la
Fiesta de la Primavera de 1998, Lili se puso a trabajar
en el restaurante donde se encuentra hoy en día. Entre las
cinco camareras que hay, cuatro son parientes del patrón,
por lo que ella se ve obligada a hacer los trabajos más
duros.
Cada día Lili
se levanta a las cuatro de la madrugada y empieza a amasar
harina. Luego, pela 5 kilos de zanahorias, las raya y prepara
el relleno para la empanada. Debe terminar estos quehaceres
antes de las cinco y media, de lo contrario, el patrón le
reprenderá.
El
dinero que Lili gana sirve para pagar los gastos escolares
de sus dos hermanitos. “No tengo habilidad para otro trabajo.
Lo que hago es puramente servir a los clientes. De vez en
cuando tengo que soportar los insultos y los malos tratos
de los clientes y del patrón. Me gustaría cambiar a un trabajo
mejor pagado y con mejores condiciones laborales”, nos dijo
Lili un tanto afligida.
Hace unos días vio un anuncio de un restaurante que deseaba contratar
a camareras por un salario mensual mínimo de 600 yuanes.
Al decirle al patrón que deseaba marcharse, le contestó
que podía irse en ese momento sin recibir dinero alguno
o seguir trabajando como de costumbre hasta final de mes.
Cuando todo está listo, ya son las nueve de la mañana y Lili puede
desayunar tranquila. A partir de ese momento hasta el mediodía,
ella puede relajarse un poco y pasar el momento más cómodo
de todo el día.
Xiao Liu,
transportista de agua potable
Montado en una
bicicleta especial con dos cestas de acero, Xiao Liu debe
entregar a sus clientes botellas de 20 litros de agua mineral
en un edificio de oficinas de 12 pisos que se encuentra
a cinco kilómetros de su centro de reparto. Al principio
de su llegada a Beijing en septiembre del año pasado, debido
al desconocimiento de la ciudad, daba muchos rodeos cargado
con las pesadas botellas buscando los lugares de entrega.
Ahora está familiarizado con el área comprendida entre la
calle Ganjiakou y Huayuancun, por lo que cada día reparte
más de una veintena de garrafas de agua.
Al llegar al edificio,
Xiao Liu aún tiene que cargar las botellas hasta el lejano
ascensor. Al contrario de lo que sucede un día normal, en
el que sube dos cubos a la vez, en una ocasión lo tuvo que
hacer en dos veces debido a que la noche anterior, ante
la ausencia de sus colegas de trabajo, tuvo que descargar
él solo 300 garrafas de un camión. En recompensa, el patrón
le dio 50 yuanes extras.
Proveniente de
la provincia de Hebei, Xiao Liu lleva ya más de dos años
trabajando en Beijing. Un día, después de llevar unas botellas
de agua potable a una compañía, le pidieron bajar la basura,
diciéndole que si no lo hacía, no le pagarían por el agua.
El pidió ver al director general y reclamarle el dinero.
Al salir de la oficina, los empleados empezaron a insultarle.
“Tú, un humilde transportista de agua, ¿cómo te atreves
a mostrarte tan digno ante nosotros? ¡Qué gracioso!”, le
increparon.
En realidad a Xiao Liu no le importa cuán
duro es el trabajo, lo que más le molesta es que le menosprecien.
“Vivo gracias a mi esfuerzo físico y, aunque no es un trabajo
muy decoroso, al menos no me dedico a robar”, dice el chico
complacido.
Jia Jinyong,
masajista en un baño público
Jia Jinyong, de 28 años, está sentado
en la sala de un club deportivo con piscina y baños públicos.
Lleva trabajando aquí ya nueve años.
Tras graduarse en la escuela secundaria, Jia
comenzó a trabajar como electricista en Yangzhou, provincia
de Jiangsu. A los 19 años, su tío lo llevó a la ciudad de
Anshan, en Liaoning, para aprender a dar masajes en los
baños públicos.
Para dominar la habilidad cuanto antes, trabajó
y se alojó durante siete días con sus noches en un baño
público. Gracias a su incansable esfuerzo, al poco fue promocionado
como jefe masajista y su salario mensual ascendió a dos
mil yuanes. Sin embargo, no satisfecho con los éxitos logrados,
Jia convenció a veinte masajistas para que vinieran a Beijing
a trabajar en el centro deportivo donde está hoy en día.
A su parecer, la capital tiene más oportunidades para el
desarrollo empresarial, por lo que plantea establecer pronto
su propio centro.
Xiao Jia se casó
hace cuatro años y tiene ahora una hija de tres años. Su
mujer también trabaja en el centro deportivo y viven en
el dormitorio para los empleados. Como muchos de sus clientes,
cree que su trabajo no es muy decoroso y se muestra callado
cuando les frota la espalda.
Hace tres años,
su empresa empezó a aplicar el sistema del cálculo laboral
por horas, lo que ha resultado en que puede servir a 30
clientes en un día, dedicándole a cada uno media hora. Cuando
Jia Jinyong termina la jornada laboral, suele sufrir una
pérdida de agua en el cuerpo, pero su alto sueldo le recompensa.
En la vida cotidiana, Jia se muestra algo tacaño, pues tiene que mantener
a sus padres y a su hija. De vez en cuando envía dinero
a sus parientes en el pueblo natal. Lleva muchos años trabajando
en Beijing y ni siguiera tiene tiempo para volver durante
la Fiesta de la Primavera, momento de reunión familiar,
pues siente que no puede dejar este trabajo ni a sus clientes.
Wu Tianming, conductor de triciclo
Cerca del mercado de antigüedades Panjiayuan,
había aparcados seis triciclos, cuyos conductores no habían
recibido ningún cliente desde que salieran de casa por la
mañana temprano. Wu Tianming, de 49 años, después de quedar
desempleado, empezó a trabajar como “taxista” de triciclos.
Para aliviar la difícil situación económica de su familia,
alquiló un triciclo. “Mi mujer tampoco tiene empleo y mi
hijo es retrasado mental. Si no trabajo yo, ¿quién les va
a mantener?”, preguntó inquieto.
A las nueve de
la mañana, dos jóvenes querían tomar el triciclo para ir
a la calle Zuo’andonglu. La tarifa era de tres yuanes. Los
compañeros dejaron que lo hiciera Wu Tianming. En realidad,
ese trabajo no le convenía debido a su delicada condición
física. Su cara se puso roja cuando pedaleaba con fuerza
y empezó a toser sin cesar. Además, hacía fuerte viento.
Lao Wu detuvo el triciclo delante de una cuesta y les preguntó
a los dos jóvenes si le dejaban seguir pedaleando después
de un descanso. Los dos se quejaron descontentos y le recriminaron:
“¿Porqué no nos ha dicho con antelación que no sería capaz
para llevarnos? Ahora tenemos que buscar otro triciclo”.
Bajaron y tiraron un yuan en el asiento.
Al volver al mercado,
Lao Wu no dijo ni palabra. Media hora después murmuró: “Se
acerca el mediodía, apenas no he ganado ningún dinero. No
entiendo por qué la gente prefiere tomar un taxi en lugar
de un triciclo, que es más barato”.
A las once y media,
una chica ataviada con un vestido moderno deseaba ir a Songyuxili.
Lao Wu pidió tres yuanes por el camino ascendente, pero
la chica sólo quería pagar dos. Ambos regatearon un buen
rato. Por fin la chica se marchó con un taxi. Lao Wu se
enojó y dijo: “El taxi le cuesta por lo menos 10 yuanes,
y a mí no quería pagarme ni uno más. ¡Será idiota!”
Mucho tiempo después,
un anciano subió al triciclo de Wu Tianming. Los dos comenzaron
a charlar. Esta vez Lao Wu no dejó de pedalear dando resoplos.
El anciano le pagó cinco yuanes, dos más de los que pidió
Wu. En el camino de regreso al mercado, Lao Wu no pudo dejar
de silbar con alegría: “No estoy contento por los dos yuanes
de más, sino por el respeto que ese señor me ha mostrado”.
Hasta las cinco
de la tarde, Lao Wu ganó un total de 37 yuanes.
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