JULIO
2004


De vuelta al pueblo natal para pasar la Fiesta de la Primavera Emigrando a la ciudad con plena confianza

Vida real de inmigrantes en la ciudad

Xiao Cui trabajando con ahínco (Li Yue)

Zhu Lili en plena faena (Zhang Yuan)

Lao Wu sale a trabajar (Zhang Yuan)

Por ZHANG YUAN

Los emigrantes son el grupo que se encuentra en el último peldaño social en la gran ciudad y se gana la vida vendiendo su fuerza física. La mayoría de ellos provienen del campo y van a la ciudad anhelando una vida mejor. No cuentan con nada más que su fuerza física. Lo que cobran por todo un año de trabajo equivale al sueldo mensual de un ejecutivo urbano. Aún así, están satisfechos, pues al menos, ganan mucho más que sus padres en el campo.

Xiao Cui, operario de la limpieza

A las cuatro de la madrugada, cuando los beijineses todavía duermen, Xiao Cui sale de casa para ir a trabajar llevándose sus herramientas de limpieza. El equipo de saneamiento de Zhanlanlu, del barrio urbano Xicheng, que contrata a Xiao Cui, aplica el sistema laboral de turnos de 18 horas. Cada día Xiao Cui tiene que limpiar 7.500 metros cuadrados de calles para ganar 0,2 yuanes por cada 3 metros cuadrados.

Oriundo de Mongolia Interior, Xiao Cui ya lleva siete años viviendo en Beijing. Ha cambiado tres veces de trabajo, así ha estado en un taller de reparación de automóviles, en un restaurante y en un equipo de obreros. Por fin, gracias a la recomendación de un paisano suyo, ha sido aceptado como operario del servicio de limpieza urbana en la entidad actual. Entre los 70 empleados con los que cuenta el equipo, Xiao Cui, de 24 años, es el más joven. “Me gusta este trabajo, ya que puedo ganar un salario por horas y mis colegas me tratan muy bien”, dice con alegría.

A las nueve de la mañana, Xiao Cui debe entregar la basura recogida a la unidad de reciclaje y, después, puede descansar un rato en su dormitorio. Su novia también trabaja en el mismo equipo. Según Xiao Cui, aunque las calles de Beijing son cada vez más anchas y la ciudad más bonita, los barrederos como él siguen siendo una clase social menospreciada. La pareja desea regresar a su pueblo natal a celebrar su boda cuando tengan ahorrado entre 30.000 y 40.000 yuanes.

Zhu Lili, camarera de un restaurante

Tras terminar los estudios en la escuela secundaria en 1997, Zhu Lili vino a Beijing junto con varios amigos de su pueblo natal, situado en la provincia de Henan. Durante los primeros seis meses en Beijing, no ganó ni un centavo. Poco después, fue contratada como empleada a prueba en varios restaurantes y perdió el trabajo antes de que expirara el plazo de prueba por no haber cumplido correctamente con los requerimientos, según los patrones.

Después de la Fiesta de la Primavera de 1998, Lili se puso a trabajar en el restaurante donde se encuentra hoy en día. Entre las cinco camareras que hay, cuatro son parientes del patrón, por lo que ella se ve obligada a hacer los trabajos más duros.

Cada día Lili se levanta a las cuatro de la madrugada y empieza a amasar harina. Luego, pela 5 kilos de zanahorias, las raya y prepara el relleno para la empanada. Debe terminar estos quehaceres antes de las cinco y media, de lo contrario, el patrón le reprenderá.

El dinero que Lili gana sirve para pagar los gastos escolares de sus dos hermanitos. “No tengo habilidad para otro trabajo. Lo que hago es puramente servir a los clientes. De vez en cuando tengo que soportar los insultos y los malos tratos de los clientes y del patrón. Me gustaría cambiar a un trabajo mejor pagado y con mejores condiciones laborales”, nos dijo Lili un tanto afligida.

Hace unos días vio un anuncio de un restaurante que deseaba contratar a camareras por un salario mensual mínimo de 600 yuanes. Al decirle al patrón que deseaba marcharse, le contestó que podía irse en ese momento sin recibir dinero alguno o seguir trabajando como de costumbre hasta final de mes.

Cuando todo está listo, ya son las nueve de la mañana y Lili puede desayunar tranquila. A partir de ese momento hasta el mediodía, ella puede relajarse un poco y pasar el momento más cómodo de todo el día.

Xiao Liu, transportista de agua potable

Montado en una bicicleta especial con dos cestas de acero, Xiao Liu debe entregar a sus clientes botellas de 20 litros de agua mineral en un edificio de oficinas de 12 pisos que se encuentra a cinco kilómetros de su centro de reparto. Al principio de su llegada a Beijing en septiembre del año pasado, debido al desconocimiento de la ciudad, daba muchos rodeos cargado con las pesadas botellas buscando los lugares de entrega. Ahora está familiarizado con el área comprendida entre la calle Ganjiakou y Huayuancun, por lo que cada día reparte más de una veintena de garrafas de agua.

Al llegar al edificio, Xiao Liu aún tiene que cargar las botellas hasta el lejano ascensor. Al contrario de lo que sucede un día normal, en el que sube dos cubos a la vez, en una ocasión lo tuvo que hacer en dos veces debido a que la noche anterior, ante la ausencia de sus colegas de trabajo, tuvo que descargar él solo 300 garrafas de un camión. En recompensa, el patrón le dio 50 yuanes extras.

Proveniente de la provincia de Hebei, Xiao Liu lleva ya más de dos años trabajando en Beijing. Un día, después de llevar unas botellas de agua potable a una compañía, le pidieron bajar la basura, diciéndole que si no lo hacía, no le pagarían por el agua. El pidió ver al director general y reclamarle el dinero. Al salir de la oficina, los empleados empezaron a insultarle. “Tú, un humilde transportista de agua, ¿cómo te atreves a mostrarte tan digno ante nosotros? ¡Qué gracioso!”, le increparon.

En realidad a Xiao Liu no le importa cuán duro es el trabajo, lo que más le molesta es que le menosprecien. “Vivo gracias a mi esfuerzo físico y, aunque no es un trabajo muy decoroso, al menos no me dedico a robar”, dice el chico complacido.

Jia Jinyong, masajista en un baño público

Jia Jinyong, de 28 años, está sentado en la sala de un club deportivo con piscina y baños públicos. Lleva trabajando aquí ya nueve años.

Tras graduarse en la escuela secundaria, Jia comenzó a trabajar como electricista en Yangzhou, provincia de Jiangsu. A los 19 años, su tío lo llevó a la ciudad de Anshan, en Liaoning, para aprender a dar masajes en los baños públicos.

Para dominar la habilidad cuanto antes, trabajó y se alojó durante siete días con sus noches en un baño público. Gracias a su incansable esfuerzo, al poco fue promocionado como jefe masajista y su salario mensual ascendió a dos mil yuanes. Sin embargo, no satisfecho con los éxitos logrados, Jia convenció a veinte masajistas para que vinieran a Beijing a trabajar en el centro deportivo donde está hoy en día. A su parecer, la capital tiene más oportunidades para el desarrollo empresarial, por lo que plantea establecer pronto su propio centro.

Xiao Jia se casó hace cuatro años y tiene ahora una hija de tres años. Su mujer también trabaja en el centro deportivo y viven en el dormitorio para los empleados. Como muchos de sus clientes, cree que su trabajo no es muy decoroso y se muestra callado cuando les frota la espalda.

Hace tres años, su empresa empezó a aplicar el sistema del cálculo laboral por horas, lo que ha resultado en que puede servir a 30 clientes en un día, dedicándole a cada uno media hora. Cuando Jia Jinyong termina la jornada laboral, suele sufrir una pérdida de agua en el cuerpo, pero su alto sueldo le recompensa.

En la vida cotidiana, Jia se muestra algo tacaño, pues tiene que mantener a sus padres y a su hija. De vez en cuando envía dinero a sus parientes en el pueblo natal. Lleva muchos años trabajando en Beijing y ni siguiera tiene tiempo para volver durante la Fiesta de la Primavera, momento de reunión familiar, pues siente que no puede dejar este trabajo ni a sus clientes.

Wu Tianming, conductor de triciclo

Cerca del mercado de antigüedades Panjiayuan, había aparcados seis triciclos, cuyos conductores no habían recibido ningún cliente desde que salieran de casa por la mañana temprano. Wu Tianming, de 49 años, después de quedar desempleado, empezó a trabajar como “taxista” de triciclos. Para aliviar la difícil situación económica de su familia, alquiló un triciclo. “Mi mujer tampoco tiene empleo y mi hijo es retrasado mental. Si no trabajo yo, ¿quién les va a mantener?”, preguntó inquieto.

A las nueve de la mañana, dos jóvenes querían tomar el triciclo para ir a la calle Zuo’andonglu. La tarifa era de tres yuanes. Los compañeros dejaron que lo hiciera Wu Tianming. En realidad, ese trabajo no le convenía debido a su delicada condición física. Su cara se puso roja cuando pedaleaba con fuerza y empezó a toser sin cesar. Además, hacía fuerte viento. Lao Wu detuvo el triciclo delante de una cuesta y les preguntó a los dos jóvenes si le dejaban seguir pedaleando después de un descanso. Los dos se quejaron descontentos y le recriminaron: “¿Porqué no nos ha dicho con antelación que no sería capaz para llevarnos? Ahora tenemos que buscar otro triciclo”. Bajaron y tiraron un yuan en el asiento.

Al volver al mercado, Lao Wu no dijo ni palabra. Media hora después murmuró: “Se acerca el mediodía, apenas no he ganado ningún dinero. No entiendo por qué la gente prefiere tomar un taxi en lugar de un triciclo, que es más barato”.

A las once y media, una chica ataviada con un vestido moderno deseaba ir a Songyuxili. Lao Wu pidió tres yuanes por el camino ascendente, pero la chica sólo quería pagar dos. Ambos regatearon un buen rato. Por fin la chica se marchó con un taxi. Lao Wu se enojó y dijo: “El taxi le cuesta por lo menos 10 yuanes, y a mí no quería pagarme ni uno más. ¡Será idiota!”

Mucho tiempo después, un anciano subió al triciclo de Wu Tianming. Los dos comenzaron a charlar. Esta vez Lao Wu no dejó de pedalear dando resoplos. El anciano le pagó cinco yuanes, dos más de los que pidió Wu. En el camino de regreso al mercado, Lao Wu no pudo dejar de silbar con alegría: “No estoy contento por los dos yuanes de más, sino por el respeto que ese señor me ha mostrado”.

Hasta las cinco de la tarde, Lao Wu ganó un total de 37 yuanes.

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