JUNIO
2004


Promesa cumplida

Por LIU BO

El 2000 fue mi año. En su transcurso nos mudamos  a una vivienda nueva, mi hijo fue admitido a la universidad y compré un automóvil Santana, algo que anhelaba desde hacía mucho. Con tres expresiones de felicidad en la casa no cabía en mí de gozo.

Aquel día, conduje hasta la casa el nuevo carro y lo limpié junto con mi mujer. Sentado dentro del automóvil de color rojo dejé fluir mi orgullo.

Por la noche, preparamos una sabrosa cena y esperamos por la llegada de nuestro hijo para informarle de la buena nueva.

Yo esperaba que al saber la noticia nuestro heredero saltaría de alegría. Sin embargo, sólo dijo secamente: “Ah, no está mal”. Su actitud fría me decepcionó, pero seguí esforzándome por despertar su interés: “¡Baja para que lo veas!” insistí. “¡Tanto jaleo por un Santana!” – terció el chico, para agregar: “¿Por qué estás tan contento? ¡Si es que deberíamos tener un coche privado desde hace más de diez años, con el poder adquisitivo nuestro!” “Hijo”, respondí, “hace diez años ni siquiera podíamos comprar un coche de juguete!”.

 “¡Cómo es posible! ¿Un coche de juguete?” Su tono irónico me picó donde más duele. Abrí el armario y saqué un pequeño bulto. Al desenvolverlo quedó al descubierto un viejo coche de juguete de color rojo.  “¿Lo reconoces?” Levantó el coche y sin mirarlo a derechas contestó: “Sí, lo reconozco. Pero ¿qué tiene que ver con todo esto?” “¿Cómo que qué tiene que ver? ¿No recuerdas los manotazos que te llevaste por este coche hace más de diez años?” “¿De veras? A ver, ¿cómo fue?” Me miró confuso. Entonces le conté la historia del pequeño coche de juguete.

“Un domingo de diciembre de 1982, te llevé al mercado a hacer compras. Tenías cuatro años en aquel entonces. Te detuviste ante un mostrador de juguetes y pediste que te comprara este coche rojo. Pero el precio me asombró – dieciséis yuanes más doce cupunes de canje de divisas. Dieciséis  yuanes de entonces eran la mitad de mi sueldo mensual y los cupunes de canje de divisas quedaban fuera del alcance de casi todos los que no fueran extranjeros, o de aquéllos que volvían del extranjero. Incluso si conseguía los dieciséis yuanes, ¿de dónde sacaría aquellos doce cupunes?

Te pusiste llorar y a gritar y no soltabas el mostrador. Hice todo lo posible para persuadirte o distraer tu atención, pero todo resultó en vano. Tu rabieta empezó a atraer la atención del público, que se acercaban a mirar, mientras murmuraban y hacían críticas. De la vergüenza pasé a la cólera y te pegué varias nalgadas. Gritaste y lloraste con voz más alta aún. Quería arrastrarte fuera del lugar, pero te agarraste al mostrador como si fuera tu tabla de salvación. Cuando levanté la mano para propinarte otro porrazo, me detuvo una anciana extranjera muy cariñosa. Con un chino muy fluido, me preguntó qué pasaba. Al saber la causa, compró el carrito y te lo regaló. Dijo que era su regalo para ti por Navidad.

Ni siquiera me dio tiempo a agradecerle; dio media vuelta y se marchó. Al mirar tu rostro sonriente a pesar de las lágrimas que lo cubrían, sentí que el corazón se me hacía una pasa. Como hombre y padre, no poder ni siquiera comprarte un juguete me hacía sentirme el ser más incompetente sobre la faz de la tierra.

Aquel día tomé la decisión de comprar algún día un coche verdadero para complacerte.

Después que el país comenzó el proceso de reforma y apertura, me dediqué a los negocios. Luego de todos estos años de esfuerzos, acabo de hacer realidad mi sueño. Este coche que hoy poseo no es en nada diferente al juguete que tuviste en tus manos. Hijo, ¿acaso no vale la pena celebrarlo y estar contento por ello?

Tomando el coche en sus manos, mi hijo se quedó callado, como si estuviera recordando una historia de épocas remotas. De repente, se levantó y se encaminó hacia la puerta de salida. “¿Adónde vas?”, inquirí.  “A compararlos, -- me dijo -- a ver si son iguales”.

Y no le faltaba razón. La vida nos impone las comparaciones, cuando nos preguntamos cuánto de distinto hay entre lo que un día fuimos, y entonces quisimos ser, y lo que al fin hoy somos.

 

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