A nuestros
lectores:
En China, la diseminacion
del SIDA, ese padecimiento vil que perturba la vida de
millones de personas en el mundo, está estrechamente relacionada
con la pobreza. Muchos campesinos sin ingresos han recurrido
a la venta de su sangre para obtener recursos financieros,
contrayendo por vía intravenosa y a causa de jeringas
contaminadas, el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Otros, acosados por pesadas cargas económicas, se pierden
en el mundo de la drogadicción, empeorando sus ya deterioradas
condiciones de vida, al quedar presas de la mortal pandemia.
El juego de azar también añade leña a este fuego devorador.
En estas circunstancias, los desgraciados seropositivos
se ven atrapados en un maremágnum de dificultades, de
las cuales les resulta imposible librarse.
Este síndrome ha producido muchos
huérfanos, que sin amparo alguno forcejean al borde de
la muerte por hambre y la amenaza misma de la enfermedad.
Muchas personas benévolas les extienden la mano para salvarlos
y ayudarlos a salir de ese infierno. Si los adultos, perdidas
las esperanzas, se abandonan a una vida de vicios, son
los niños, inocentes de todo esto, las víctimas más desgraciadas.
Si no se encuentra una vía eficaz para salvarlos, se propiciará
el surgimiento de un círculo vicioso de comportamiento
hostil hacia la sociedad. Se trata de quebradero de cabeza
para el gobierno y las personas con conciencia. Pero sin
importar cuán difícil sea la solución de este problema,
deberemos andar un largo camino para devolverles la esperanza.
El Gobierno chino ha decidido proporcionar
tratamiento gratuito a los campesinos afectados de SIDA,
y ya algunas instituciones han empezado a investigar la
aplicación de medicinas tradicionales para controlar esta
patología. Muchas personas han ido a las aldeas con alta
incidencia de SIDA para ayudar a los huérfanos y reunir
fondos para la educación de este grupo vulnerable. En
fin, de lo que se trata es de inyectar la esperanza en
el corazón de los menores. Para ello, debemos comenzar
por albergar la convicción de que las dificultades son
superables, y que la ciencia es el medio más eficaz y
decisivo en esta batalla.