ABRIL 2004


A nuestros lectores:

En China, la diseminacion del SIDA, ese padecimiento vil que perturba la vida de millones de personas en el mundo, está estrechamente relacionada con la pobreza. Muchos campesinos sin ingresos han recurrido a la venta de su sangre para obtener recursos financieros, contrayendo por vía intravenosa y a causa de jeringas contaminadas, el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). Otros, acosados por pesadas cargas económicas, se pierden en el mundo de la drogadicción, empeorando sus ya deterioradas condiciones de vida, al quedar presas de la mortal pandemia. El juego de azar también añade leña a este fuego devorador. En estas circunstancias, los desgraciados seropositivos se ven atrapados en un maremágnum de dificultades, de las cuales les resulta imposible librarse.

Este síndrome ha producido muchos huérfanos, que sin amparo alguno forcejean al borde de la muerte por hambre y la amenaza misma de la enfermedad. Muchas personas benévolas les extienden la mano para salvarlos y ayudarlos a salir de ese infierno. Si los adultos, perdidas las esperanzas, se abandonan a una vida de vicios, son los niños, inocentes de todo esto, las víctimas más desgraciadas. Si no se encuentra una vía eficaz para salvarlos, se propiciará el surgimiento de un círculo vicioso de comportamiento hostil hacia la sociedad. Se trata de quebradero de cabeza para el gobierno y las personas con conciencia. Pero sin importar cuán difícil sea la solución de este problema, deberemos andar un largo camino para devolverles la esperanza.

El Gobierno chino ha decidido proporcionar tratamiento gratuito a los campesinos afectados de SIDA, y ya algunas instituciones han empezado a investigar la aplicación de medicinas tradicionales para controlar esta patología. Muchas personas han ido a las aldeas con alta incidencia de SIDA para ayudar a los huérfanos y reunir fondos para la educación de este grupo vulnerable. En fin, de lo que se trata es de inyectar la esperanza en el corazón de los menores. Para ello, debemos comenzar por albergar la convicción de que las dificultades son superables, y que la ciencia es el medio más eficaz y decisivo en esta batalla.

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