ABRIL 2004


Toda una vida juntos con la pasión escondida

Por CHEN NA

Yan Chaoyang, de 60 años, graduado de la Universidad de Transporte de Xi´an, trabajó como ingeniero de alta categoría y ahora está jubilado. Es hombre de pocas palabras y de actuar comedido. Según su credo muy personal, la comprensión y la preocupación mutuas son muy importantes para un matrimonio feliz.

Ji Hong, de 59 años, también se graduó en la Universidad de Transporte de Xi´an, como ingeniera de alta categoría, y ahora disfruta de la jubilación en casa. Es extrovertida y “siempre tiene algo que hacer,” como ella misma admite. Casi 35 años de matrimonio le han convencido de que el paso del tiempo es la mejor prueba para saber cuando dos personas se necesitan mutuamente.

A los ojos de la mayoría, Yan Chaoyang y Ji Hong forman una pareja madura convencional. Sus siete lustros de unión conyugal equivalen a un remanso de paz, ajeno a cualquier sobresalto. Con todo, quienes les conocen, saben que el amor perpetuo es pan diario para esta pareja.

No hubo promesa solemne de amor

Se enamoraron silenciosamente en el cuarto año de la carrera. “Establecimos el noviazgo cuando estábamos a punto de graduarnos. No hicimos votos formales de amor, sino que nos adherimos al pensamiento simple de que en lo adelante caminaríamos codo con codo por el sendero de la vida. Y así pasamos 35 años”, dice Ji Hong con una sonrisa que le ilumina el rostro.

Ji Hong y Yan Chaoyang fueron compañeros en la misma clase de la Facultad de Mecánica, además de compartir deberes como cuadros de la Unión Estudiantil.

Ji Hong era buena jugando al baloncesto, al punto que se convirtió en capitana del equipo femenino del baloncesto de la universidad. Al frente de varias decenas de condiscípulas obtuvo sobresalientes “hazañas militares” en la Liga de Centros Docentes Superiores. Rebosante de vigor y entusiasmo juvenil, Ji Hong llamó la atención de Yan Chaoyang, un joven introvertido. Cuando estaba junto a ella, sin embargo, siempre se le ocurría algo que decir. Para Ji Hong, Yan Chaoyang sabía muy bien cómo vivir la vida. Siempre llegaba  con preguntas que otros nunca habían pensado.

Contrajeron matrimonio en 1968. Aquel día escalaron la montaña Huashan a manera de celebración de la boda y también como luna de miel. La sencillez de la ceremonia no empañó en absoluto el brillo de la felicidad que empollaba en aquella pareja.

Yan Chaoyang nos confiesa: “Si nos pregunta la causa por la cual nos escogimos uno al otro, pienso que se debió a la admiración mutua”.

Mucho trabajo y poco tiempo para amarse

Después de la graduación, fueron asignados por la escuela a trabajar en la fábrica de bombas hidráulicas de Gansu, donde permanecieron por espacio de  13 años.

Para fabricar una turbina hidráulica de gran envergadura, trabajaban sin descanso, olvidándose incluso de comer y dormir. No era extraño que Yan Chaoyang se pasara varios días sin ir a casa. Hubo ocasiones en que ambos estaban tan entregados a sus responsabilidades laborales que olvidaban el arroz que se cocía en el fuego. Así perdieron varias ollas achicharradas. En plena madrugada, era común que uno de ellos se despertara de repente con la inquietud de algún dato en la mente, y que entonces despertara al otro para juntos estudiar el hallazgo. Al final, cuando Yan Chaoyang recibió el título de “trabajador ejemplar,” dijo suspirando que aquel reconocimiento era el “fruto de los esfuerzos de los dos”.

Por cuestiones de trabajo, en 1982 se trasladaron a la ciudad de Handan, en la provincia de Hebei. Yan Chaoyang asumió el puesto de director de la fábrica de la industria mecánica y textil, mientras Ji Hong trabajaba en la Oficina de la Industria Electrónica. Yan Chaoyang no se encontraba bien de salud y sufrió un trombo cerebral. Por fortuna, su fuerte voluntad personal y los esmerados cuidados de Li Hong le hicieron recuperarse milagrosamente en menos de un mes, tras lo cual salió del hospital. Los doctores no daban crédito a lo sucedido. Unos años después, vinieron a Beijing, donde trabajaron hasta que les llegó la edad del retiro.

No hay bache que no se puede superar en la vida

En 1998, Yan Chaoyang vino en misión a Beijing, justo cuando se producía una tormenta de arena. Al pasar por una obra en construcción, un madero de un metro de largo que el viento desprendió cayó sobre su cabeza. De inmediato brotó la sangre. El accidentado pasó varios días en coma. Al volver en sí, lo primero que hizo fue llamar a su esposa. Como no quería que ella se preocupara, le mintió diciéndole que no había llamado antes por la gran carga de  trabajo que tenía. Pero Ji Hong se quedó con dudas y averiguó hasta que supo la verdad. Sin decir nada tomó el tren hasta la capital. La presencia de su mujer resultó un gran aliciente para Yan Chaoyang.

En 1999, Ji Hong se sometió a una operación quirúrgica. Pero en aquel entonces, Yan Chaoyang, por motivos de trabajo, no pudo acompañarla en el hospital. Para que le sirvieran de sustitutos en su ausencia, le compró una pareja de pájaros a Ji Hong. Con su parloteo, los dos animalitos atraían a muchos otros enfermos, que se acercaban para jugar con ellos. El cuarto de Ji Hong se llenó de vitalidad y energía. Ji Hong estaba conmovida por el esmero demostrado por su   marido.

Al respecto, Ji Hong afirma: “la comunicación y la negociación entre marido y mujer son imprescindibles para la armonía matrimonial”. Todos los días y con puntualidad, ambos abandonan el lecho a las cinco y media. Después de una reunión habitual matinal, durante la cual hablan de las actividades para el día, y de qué prepararán para las tres comidas, desayunan juntos y se van al parque cercano a hacer ejercicios. Primero hacen calentamiento, luego, dos tandas de 24 posturas de taijiquan, después, dos tandas más de 32 posturas y dos tandas de ejercicios con la espada hongmei. Se trata de un rito que respetan incluso en días de viento y lluvia.

Como su hija trabaja en Brasil, otra de las obligaciones diarias consiste en esperar su llamada telefónica. Los fines de semana, el nieto viene a pasarlos con los abuelos, lo que añade nuevo interés a sus vidas.

Cuando les pedimos que propongan una calificación numérica para su vida matrimonial. Ji Hong ríe y se aventura: “Yo propongo 99,9. El 0,1 que falta, debe ser por mis deseos de irme a Brasil para ver a mi hija, pero como a él no le gusta viajar, se niega a acompañarme. Siempre negociamos sobre el tema”. Yan Chaoyang, por su parte, otorga un 100. Según él, una persona no puede disfrutar de la alegría de la vida sin tener satisfacción. Y si de satisfacción se trata, toda la que necesita la encuentra en su vida matrimonial.

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