MARZO 2004


Preocupación y amor más allá del crimen y el castigo

 

Por WANG JINLING

La proporción de delitos cometidos por las mujeres chinas suele estar entre las más bajas del mundo. En los países desarrollados, el robo es el principal delito cometido por la población femenina, mientras en China, antes de la reforma y apertura, las mayores cifras apuntaban a la bigamia y el robo. Entrada la década de los 80, la calumnia y los perjuicios al matrimonio y la familia fueron las principales expresiones delictivas. En los 90, creció la tendencia a incitar, promover y coaccionar para ejercer la prostitución.

Según una investigación especial de una provincia, más de la mitad de los delitos cometidos por mujeres son delitos menores. De las delincuentes, el 98% no tenían previos antecedentes penales.

En cuanto a procedencia, la mayoría son campesinas, pero si se toma en cuenta que la mayoría de la población china está integrada por campesinos, se llegará a la conclusión que la proporción de delitos cometidos por la población rural no es muy alta. Entre la población femenina crecen con mayor rapidez los crímenes perpetrados por traficantes con negocios particulares y las desempleadas, en tanto disminuye el porcentaje de los cometidos por estudiantes.

Según el estudio, la mayoría de las delincuentes responsabiliza al ambiente en que le ha tocado vivir por sus actos, ya sea por insatisfacción sentimental o conyugal. Se trata casi siempre de mujeres chinas muy tradicionales. Al pedírsele que definan el prototipo de mujer buena, todas contestaron que “una buena mujer debe ser una esposa virtuosa y madre cariñosa y estar dispuesta a consagrarse por completo al ser amado”. Por otra parte, opinan que un “buen hombre es el que tiene sentido de responsabilidad familiar y hacen contribuciones a la sociedad”, “una familia feliz se asienta  sobre relaciones familiares armoniosas, un matrimonio enamorado y un hijo obediente”.

En lo esencial, su concepto del valor es igual al de las mujeres comunes. Las informaciones que suelen presentarlas como mujeres malas, carentes de decoro y de alma envenenada, sólo contribuyen a alimentar los prejuicios y el sentimiento de discriminación contra estas mujeres. Cuando se les trata de cerca, se descubre que también son débiles y que en su mayoría albergan buenos sentimientos innatos.

Una mujer que por mucho tiempo había sufrido los malos tratos de su marido, cometió malversación de fondos públicos en favor de su amante, sin quedarse con un centavo para sí misma. Cuando se descubrió el desfalco, el hombre negó rotundamente cualquier participación en el asunto. Esta mujer fue víctima por partida doble.

Nuestra investigación también revela que el dinero no es el móvil principal que empuja a las mujeres al delito. El estudio de una veintena de casos arrojó que la mayoría lo hizo por “amor”. Un  dicho popular, que sugiere una paráfrasis al convencionalismo francés de “cherchez la femme (buscad la mujer)”, afirma que “detrás de cada delito femenino se oculta un hombre”. No le falta razón.

El origen de la delincuencia femenina china se emparienta  con la posición social detentada por este sector poblacional. Su posición es inferior respecto a la distribución de recursos. Este desequilibrio y el agravamiento de la disparidad económica entre pobres y ricos produce la pobreza que amenaza su existencia y deviene raíz de  sus cuitas sentimentales. Todo esto construye caldo de cultivo para el delito.

Sirva de ejemplo en este sentido un caso ocurrido en 1989. Una mujer pasó sus años juveniles en las montañas remotas, hasta que posteriormente sus padres le casaron con un pintor. El matrimonio se trasladó a Zhejiang, pero luego que ella tuvo un hijo y una hija, su marido abandonó la casa para nunca más volver. Con sus propios esfuerzos, la mujer crió a los dos hijos, quienes tuvieron gran éxito en los estudios. Sin embargo, cuando el varón fue admitido en una escuela secundaria técnica, les faltó el dinero para continuar la enseñanza, por lo que el chico decidió esconder el aviso de ingreso. Cuando su madre lo descubrió, le dijo: “No permitiré que mis hijos sigan el mismo camino que yo. Haré cuanto pueda para que sigan estudiando”. Y se dio a la prostitución. Pronto fue detenida. Todos le despreciaron, considerándola una pérdida. Ni sus propios hijos quisieron reconocerla.

Hoy, la ayuda que la sociedad presta a las mujeres excarceladas, una vez que éstas cumplen su condena sigue teniendo las mismas dos características principales: ayudar y educar. Es necesario realizar algún cambio y añadir el tratamiento psicológico. La tolerancia social a la delincuencia femenina es menor que para los hombres, lo que refleja el doble rasero que el público aplica a los géneros. Los prejuicios con que se trata a estas mujeres constituyen negación de la legislación social y de las normas estipuladas para las mujeres. Esta situación perjudica las posibilidades de que las mujeres en falta se reincorporen a la sociedad.  Se precisa dar un vuelco a la conciencia social en este sentido, aplicándoles a ellas las mismas normas que a los hombres.

Por otra parte, desde la antigüedad se ha inculcado a los hombres que en primer lugar está la sociedad, mientras se enseña a las mujeres a anteponer la familia a cualquier otra consideración.  Dados los matices sicológicos que diferencian a los sexos, se precisa  estipular distintos proyectos para ayudar y educar a las delincuentes. Las mujeres excarceladas tendrán una carga psicológica mucho más pesada que los hombres, además de encarar problemas más graves respecto al matrimonio, los hijos y la familia. El tratamiento psicológico es muy importante para que se integren en la vida social con un buen estado de ánimo.

A los hijos corresponde jugar un papel de singular importancia en la reincorporación al seno de la sociedad. Según la encuesta, más del 80% de las reas se preocupan más por los padres y los hijos. De ahí el peso que gana la cooperación activa de la familia.

Por último, se les debe adiestrar en alguna habilidad técnica, con el fin de elevar su capacidad de ganarse la vida. Si esto se logra, las ex reclusas ganarán en autoestima al volver a la sociedad. Hay que eliminar la discriminación y la marginación de ese grupo.

En Zhoushan, provincia de Zhejiang, una mujer hastiada de la prolongada violencia familiar mató a su marido tras perder el juicio. Aunque su sitio de residencia no es precisamente un lugar remoto, la mujer nunca se enteró de que podía divorciarse, hasta el día en que fue conducida a la prisión. Este caso resulta ilustrativo del desconocimiento que padecen muchas mujeres respecto a los medios de protegerse, y de cuán necesaria es la educación que les beneficie.

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