Abolir
o no la pena capital
—por qué se oponen los expertos
y la gente común
por
LIU HAIMING
En
la cuarta reunión de instituciones legales de Alemania
y China, Cao Kangtai, director de la Oficina Legal del
Consejo de Estado de China, reveló que a largo plazo China
abolirá la pena de muerte. Sus palabras generaron nuevas expectativas y polémicas públicas
sobre este tema tan importante.
En el sector jurídico ya no existe mucha disputa: Los expertos sostienen
el criterio de abolir la pena de muerte. Sin embargo la
mayoría de la gente común mantiene la opinión opuesta.
El informe ofrece una serie de datos: En enero de este
año, el 75,8 % de la población de la parte continental
de China abogó firmemente por conservar la pena capital;
sólo un 13,6 por ciento apoyó la abolición. En la provincia
de Taiwán, donde han decidido abolir la pena de muerte,
el 71,1% está en contra. En el año 1981, cuando el Senado
de Francia discutía la posibilidad de abolir dicha pena,
los franceses que se opusieron al proyecto alcanzaron
62 %.
¿Por qué hay tanta discrepancia entre los expertos y la gente común? Quizás
el argumento más convincente sea que simplemente la gente
común ignora el espíritu de la ley. Podemos analizarlo
en tres aspectos:
Primero, el humanismo, un concepto importado del extranjero, no tiene la
fuerza para vencer a corto plazo la opinión tradicional.
Los chinos heredamos de la antigua China el criterio de
procurar venganza
por la injusticia, o pagar con la misma moneda. La existencia
de la pena de muerte corresponde al concepto de valor
y la psicología de los chinos. A juicio de mucha gente,
la pena de muerte es un medio necesario para aplicar el
castigo justo. Por mucho tiempo ésta ha sido una idea
arraigada en la memoria colectiva. En realidad, si los
especialistas actuaran como víctimas, su opinión sería
la misma, y depondrían su humanismo al defender a su “enemigo”.
El planteamiento de abolir la pena de muerte sólo ha estado
en discusión en
nuestro país por espacio de unos diez años. Sin duda,
cambiar la mentalidad tradicional de los chinos, para
que estos acepten la nueva fórmula, requerirá de un largo
proceso. El arraigo de la tradición es el mayor obstáculo
para abolir la pena capital en un futuro previsible.
Segundo, buena parte de la oposición a la eliminación de la pena capital
se entronca con los temores de que se abuse de la práctica
de conmutar las sentencias. En muchos lugares, ha sido
un secreto a voces que los reos “compran” la conmutación
con dinero, o con el poder de alguien que intercede: El
término de prisión se puede vender y comprar, la pena
capital puede convertirse en cadena perpetua, y ésta puede
disminuir a 20 años de prisión. De este modo, la pena
puede ser reducida progresivamente. Por ello, el manejo
inadecuado de
la conmutación puede significar abolir de hecho la pena
de muerte de algunos presos. Si abolimos de plano la pena
capital, las personas ricas y poderosas adquirirán el
derecho de conmutación de forma automática. Después que
se logre la conmutación, un condenado a muerte podrá conseguir
la libertad en unos diez años. De tal suerte, el pretendido
beneficio deviene forma de tolerar en lugar de castigar
el delito.
Desde
este punto de vista, es preferible conservar la pena capital
a abolirla. Por lo menos, conservarla imposibilita la
esperanza de sobrevivir de los presidiarios condenados
a muerte, lo que ayudará al autocontrol de la intención
de perpetrar un crimen.
Tercero, el “sentido genérico de inseguridad” provocado por la abolición
de la pena capital también constituye un factor a tomar
en cuenta. Los detractores de su eliminación tienen una
psicología “egoísta”: siempre existe en teoría la posibilidad
de que ellos mismos sean víctimas del delito. Y es esta
posibilidad la que inyecta cierto sentimiento de inseguridad
a la gente, haciéndola respaldar la pena capital. Frente
a los homicidas, las víctimas y víctimas potenciales constituyen
un grupo débil. Incapaces de defenderse, sólo pueden acudir
a la ley en busca de seguridad.
La abolición se basa en la perfección del sistema jurídico y judicial.
Sin estas condiciones previas, la población no se atreverá
a votar a favor irreflexivamente. Después de todo, es
la vida de cada cuál la que está en juego.