ENERO 2004


A nuestros lectores:

La eutanasia, una nueva terminología aparecida en la medicina moderna, ha suscitado gran polémica en diversos círculos sociales internacionales. Cada parte involucrada desea argumentar de modo exhaustivo sus razones. Entre ellos destacan los profesionales jurídicos, que en su mayoría se oponen a esta última opción de los enfermos y sus parientes, alegando argumentos relacionados con la moralidad y la legalidad.

La medicina moderna ha marcado una notable distancia en cuanto a desarrollo con respecto a décadas anteriores. Irónicamente, empero, los conceptos tradicionales y las restricciones que imponen las leyes correspondientes, no pasan de ser un sofisticado medio para torturar hasta límites increíbles a los pacientes de enfermedades incurables. Frente a la incapacidad de las múltiples terapias de la medicina moderna, los pacientes incurables y adoloridos, desesperados y hastiados de métodos sofisticados que más semejan tormentos que curaciones, optan en última instancia por la eutanasia. Sin embargo, la moralidad social y la ética legal no les conceden el derecho final de terminar su vida. A estos pacientes no les queda entonces más salida que seguir soportando, por partes iguales, los tormentos propios de la enfermedad y la constante tortura de los “medios terapéuticos”. ¡Qué desgracia!

Frente al calvario de los pacientes incurables, algunos médicos y parientes se han decido a tomar acción por pura lástima y solidaridad. Sin embargo, este proceder no se corresponde con la moral y la ley, por lo que muchos de estos médicos y parientes han sido criticados, censurados y hasta sentenciados a prisión.

La eutanasia constituye un dilema para toda la humanidad. ¿Cómo juzgarla? ¿Qué tipo de enfermos y en qué grado de gravedad se debe optar por ella? Mientras se discute el tema, muchos pacientes siguen presas del dolor y sumidos en la desesperanza.

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