DICIEMBRE 2003


¡Dejen de fumar, ahora mismo!

Por Ning Meng

¿Qué significado tiene el fumar para la mujer? ¿Una reducción de las tensiones físicas o psicológicas? ¿Quizás la expresión de una postura o posición social? ¿Acaso, una forma de vivir o una actitud ante la vida?

Sea como fuere, tendría que haber siempre alguna razón por la cual una persona se hace fumadora, a pesar de que cada vez más gente empieza a ser consciente de que el tabaco no sólo se paga con el precio marcado en la cajetilla, sino que también se cobra la salud, la belleza y la juventud.

En los países occidentales al hábito de fumar se le asocian numerosos apodos y metáforas relacionadas con su potencial daño en la salud. Así, en inglés, por ejemplo, al cigarrillo se le asocia con cada uno de los clavos de un ataúd (coffin nails). Y es que si el mero hecho de estar vivo implica inevitablemente un proceso de desgaste de los órganos vitales, fumar añade una aceleración voluntaria de este proceso fatal.

Según una encuesta de la Organización Mundial de la Salud cada año mueren en el mundo 4 millones de personas a causa de enfermedades relacionadas con el tabaco. En cuanto a nuestro país, donde los fumadores alcanzan una cifra de unos 320 millones, llama la atención que, de los 30 millones que son mujeres, se esté produciendo un incremento progresivo de un 10 por ciento anual.

¿Hace falta enumerar aquí las razones para dejar de fumar? Suponemos que no, así que, si eres fumadora, ¿a qué estás esperando? No debemos permitir que el tabaco perjudique nuestra belleza y salud. Quienes aspiren a mantener la calidad de vida que actúen ahora mismo y digan "no" al tabaco.

A continuación vamos a ver lo que cuentan dos chicas sobre su relación con el tabaco, y como veremos, también con el amor y el éxito laboral. En los siguientes párrafos reflexionan sobre su intento por deshacerse del fatal hábito.

Ser dueña de mi vida

Hace poco hice una pequeña investigación tomando como sujetos a mis amigas fumadoras. Según el resultado un 92 por ciento fumó por primera vez por curiosidad y un 95 por ciento reconoció que fumar sirve para sentir cierto alivio en las presiones.

¿Qué presión queremos aliviar? No me parece que es la procedente del trabajo. Por lo menos en mi caso, no es así. Somos mujeres capaces de afrontar cualquier exigencia laboral, por lo que no llegaríamos a tal extremo de fumar un pitillo tras otro por culpa del trabajo. Llevo mucho tiempo pensando en este tema. Me doy cuenta de que el grado de dependencia del tabaco es proporcional al grado de complicación sentimental que tenga.

Todavía recuerdo las palabras de un doctor que decía que las fumadoras, incluso las que lo han hecho por mucho tiempo, no tienen realmente dependencia fisiológica al tabaco sino que más bien es psicológica. No hay otro remedio, vivimos en una sociedad llena de competencia y siempre buscamos un equilibrio entre el trabajo y los sentimientos. Como miembros del llamado sexo débil, pertenecemos a un grupo con ciertas carencias de seguridad. Una amiga mía que solía fumar una caja de cigarrillos al día dejó de fumar hace tres años animada por su novio. Cuando no fumaba el amor llenaba el espacio del tabaco. Ahora según se va el amor, aparece el tabaco.

¿Puedo dejar de fumar, porque no puedo abandonar? Jiang Yuheng (cantante de Taiwan) canta así. En realidad enmuchos casos como no podemos dejar de fumar. También me da la profunda impresión la postura de fumar de Shu Qi, protagonista en la película de Hong Kong Medio cigarrillo, al fumar. A mi juicio, fumar es como un proceso en el que uno presencia una función de fuegos artificiales: se contempla el sentimiento desde su comienzo hasta su fin.

Todo empezó el día en el que una íntima amiga mía me llamó para recibir consuelo en sus peores momentos de un desengaño amoroso. Después de la terrible noche en vela que pasamos fumando sin parar decidí dejar el tabaco.

Por fin tomé la decisión de terminar definitivamente los contactos con mi novio. Empecé a dejar de fumar dejando de comprar cigarrillos para mí. En un encuentro de amigas les anuncié mi decisión. Allí, ante el humo y la relajada postura que asociaba a fumar, sentía cosquilleos en mis adentros como si un gato estuviera arañándome. Felizmente pude soportarlo.

Con el paso de tiempo iba percibiendo que me alejaba del tabaco. De hecho, me di cuenta de que, en el fondo, lo que ocurría en cada cigarrillo es que me parecía encontrar ese momento imaginario en el que volvía a estar junto a mi exnovio. No obstante, tras esos momentos de supuesta felicidad, volvía a la realidad con más tristeza que antes. Por lo tanto, cuando ahora se despierta en mí ese misterioso deseo, prefiero poner mi cara bajo un chorro de agua fría, empezar a correr escaleras arriba o simplemente tenderme sobre la alfombra escuchando música... cualquier cosa en lugar de fumar.

Han pasado dos años desde que dejé el tabaco. Según el criterio estipulado por los expertos sé que me acerco cada día más a la victoria definitiva. Ahora ya no soy esclava de tabaco y me siento más dueña de mi propia vida.

El tabaco y yo, un absurdo malentendido

Yo llevaba fumando desde hacía tres años. En los primeros dos años y medio fumaba muy poco, por eso en ese momento no me daba cuenta de la necesidad de abstenerme del tabaco.

Si te confieso el motivo por el que empecé a fumar lo más seguro es que te vayas a reír de mí. Yo pensaba que muchas mujeres sobresalientes eran fumadoras. Era el caso de Joe, mi jefa, una mujer amable y elegante procedente de los Estados Unidos. Me llamaba la atención su actitud tan firme a la hora de tomar decisiones. Fumar le hacía resaltar los gestos de su personalidad y verle un cigarrillo en su mano era una insinuación que me inspiraba.

En ese periodo muchos amigos míos me admiraban por trabajar en una empresa multinacional. En realidad yo no era sino una empleada común, pero empecé a preocuparme sobre mi imagen, y como consecuencia de esto empecé a imitar a otras personas: primero el vestido y el maquillaje; luego el tono de hablar; y al final, también el hábito de fumar, la pose, la forma... como lo hacía Joe.

La primera vez que vi fumar a Joe fue un día en que pasó a recogerme con su coche. Antes de poner en marcha el motor, se puso unos guantes y unas gafas de sol, y encendió un cigarrillo. Sus acciones parecían muy coherentes y elegantes, y allí se me metió en la mente la idea de que ella era precisamente el tipo de feminidad al que yo aspiraba.

A partir de ese día empezaba a aprender de fumar como Joe hasta que una noche de repente sentí que no podía dormir sin antes echarme el último pitillo. Ya era consciente de que había caído en el vicio. No obstante, pronto me molestó comprobar que Joe fumaba más bien poco, y nunca en la oficina, ni en casa. La relación entre el tabaco y la elegancia se empezaba a desvincular de lo que yo imaginé en un principio, y así empecé a entender que la elegancia no tiene nada que ver con el cigarrillo. Entonces supe que había habido un absurdo malentendido entre el cigarrillo y yo.

Decidí dejar de fumar. Tiré un paquete de cigarrillos a medias en la papelera. Recuerdo que al tirarlo me preguntaba por lo menos tres veces: "¿de verdad soy capaz?" En ese momento apareció en mi mente la viñeta de humor de un periódico: un hombre decidido a dejar el tabaco lanzó un cigarrillo por la ventana para salir en seguida a la calle para recuperarlo. Yo no llegaría al extremo de recogerlo de la papelera.

Eran tan difíciles los días sin fumar. Era un pulso constante, minuto a minuto. Iba aplazando el momento de no fumar de cinco en cinco minutos. Así hasta un día llegó a pasar, y ese día, de regreso a casa respirando aire fresco, sin humo, sentí la victoria. Al pasar por las tabaquerías tenía ganas de gritar: "¡Ya no fumo!".

Cambié la costumbre de cenar con mis amigos y empecé a cocinar en casa. Después de la cena solía poner alguna película en el DVD en vez de encender el ordenador y trabajar. Cuando aparecía en la película una escena en la que alguien fumaba, mi lengua, acostumbrada del sabor del tabaco, se movía como extrañada. En esos momentos, para poder huir de la tentación, tomaba una pastilla para dormir y solucionaba el problema provisionalmente.

Con el fin de arrancar del vicio de fumar he hecho numerosos planes para que no tuviera tiempo de pensar en el tabaco. Para evitar ver a mis amigas fumadoras los fines de semana me iba por las afueras de Beijing para respirar aire puro. Poco a poco el deseo de fumar iba saliendo de mi mente.

Ya llevo seis meses sin fumar. Sé que he pasado la época más dura. Hace un tiempo que he dejado de ver la sombra tentadora de ese silencioso espíritu maligno.

Queridos lectores, ¿qué piensan ustedes tras leer estas historias personales? ¿Es muy diferente a las historias en sus países? Nos gustaría mucho poder recibir sus sugerencias, ideas o pensamientos en cuanto a este tema.




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