¡Dejen de fumar,
ahora mismo!
Por Ning Meng
¿Qué significado tiene el fumar para la
mujer? ¿Una reducción de las tensiones físicas
o psicológicas? ¿Quizás la expresión
de una postura o posición social? ¿Acaso,
una forma de vivir o una actitud ante la vida?
Sea como fuere, tendría que haber siempre alguna
razón por la cual una persona se hace fumadora,
a pesar de que cada vez más gente empieza a ser
consciente de que el tabaco no sólo se paga con
el precio marcado en la cajetilla, sino que también
se cobra la salud, la belleza y la juventud.
En los países occidentales al hábito de
fumar se le asocian numerosos apodos y metáforas
relacionadas con su potencial daño en la salud.
Así, en inglés, por ejemplo, al cigarrillo
se le asocia con cada uno de los clavos de un ataúd
(coffin nails). Y es que si el mero hecho de estar vivo
implica inevitablemente un proceso de desgaste de los
órganos vitales, fumar añade una aceleración
voluntaria de este proceso fatal.
Según una encuesta de la Organización Mundial
de la Salud cada año mueren en el mundo 4 millones
de personas a causa de enfermedades relacionadas con el
tabaco. En cuanto a nuestro país, donde los fumadores
alcanzan una cifra de unos 320 millones, llama la atención
que, de los 30 millones que son mujeres, se esté
produciendo un incremento progresivo de un 10 por ciento
anual.
¿Hace falta enumerar aquí las razones para
dejar de fumar? Suponemos que no, así que, si eres
fumadora, ¿a qué estás esperando?
No debemos permitir que el tabaco perjudique nuestra belleza
y salud. Quienes aspiren a mantener la calidad de vida
que actúen ahora mismo y digan "no" al
tabaco.
A continuación vamos a ver lo que cuentan dos
chicas sobre su relación con el tabaco, y como
veremos, también con el amor y el éxito
laboral. En los siguientes párrafos reflexionan
sobre su intento por deshacerse del fatal hábito.
Ser dueña de mi vida
Hace poco hice una pequeña investigación
tomando como sujetos a mis amigas fumadoras. Según
el resultado un 92 por ciento fumó por primera
vez por curiosidad y un 95 por ciento reconoció
que fumar sirve para sentir cierto alivio en las presiones.
¿Qué presión queremos aliviar? No
me parece que es la procedente del trabajo. Por lo menos
en mi caso, no es así. Somos mujeres capaces de
afrontar cualquier exigencia laboral, por lo que no llegaríamos
a tal extremo de fumar un pitillo tras otro por culpa
del trabajo. Llevo mucho tiempo pensando en este tema.
Me doy cuenta de que el grado de dependencia del tabaco
es proporcional al grado de complicación sentimental
que tenga.
Todavía recuerdo las palabras de un doctor que
decía que las fumadoras, incluso las que lo han
hecho por mucho tiempo, no tienen realmente dependencia
fisiológica al tabaco sino que más bien
es psicológica. No hay otro remedio, vivimos en
una sociedad llena de competencia y siempre buscamos un
equilibrio entre el trabajo y los sentimientos. Como miembros
del llamado sexo débil, pertenecemos a un grupo
con ciertas carencias de seguridad. Una amiga mía
que solía fumar una caja de cigarrillos al día
dejó de fumar hace tres años animada por
su novio. Cuando no fumaba el amor llenaba el espacio
del tabaco. Ahora según se va el amor, aparece
el tabaco.
¿Puedo dejar de fumar, porque no puedo abandonar?
Jiang Yuheng (cantante de Taiwan) canta así. En
realidad enmuchos casos como no podemos dejar de fumar.
También me da la profunda impresión la postura
de fumar de Shu Qi, protagonista en la película
de Hong Kong Medio cigarrillo, al fumar. A mi juicio,
fumar es como un proceso en el que uno presencia una función
de fuegos artificiales: se contempla el sentimiento desde
su comienzo hasta su fin.
Todo empezó el día en el que una íntima
amiga mía me llamó para recibir consuelo
en sus peores momentos de un desengaño amoroso.
Después de la terrible noche en vela que pasamos
fumando sin parar decidí dejar el tabaco.
Por fin tomé la decisión de terminar definitivamente
los contactos con mi novio. Empecé a dejar de fumar
dejando de comprar cigarrillos para mí. En un encuentro
de amigas les anuncié mi decisión. Allí,
ante el humo y la relajada postura que asociaba a fumar,
sentía cosquilleos en mis adentros como si un gato
estuviera arañándome. Felizmente pude soportarlo.
Con el paso de tiempo iba percibiendo que me alejaba
del tabaco. De hecho, me di cuenta de que, en el fondo,
lo que ocurría en cada cigarrillo es que me parecía
encontrar ese momento imaginario en el que volvía
a estar junto a mi exnovio. No obstante, tras esos momentos
de supuesta felicidad, volvía a la realidad con
más tristeza que antes. Por lo tanto, cuando ahora
se despierta en mí ese misterioso deseo, prefiero
poner mi cara bajo un chorro de agua fría, empezar
a correr escaleras arriba o simplemente tenderme sobre
la alfombra escuchando música... cualquier cosa
en lugar de fumar.
Han pasado dos años desde que dejé el tabaco.
Según el criterio estipulado por los expertos sé
que me acerco cada día más a la victoria
definitiva. Ahora ya no soy esclava de tabaco y me siento
más dueña de mi propia vida.
El tabaco y yo, un absurdo malentendido
Yo llevaba fumando desde hacía tres años.
En los primeros dos años y medio fumaba muy poco,
por eso en ese momento no me daba cuenta de la necesidad
de abstenerme del tabaco.
Si te confieso el motivo por el que empecé a fumar
lo más seguro es que te vayas a reír de
mí. Yo pensaba que muchas mujeres sobresalientes
eran fumadoras. Era el caso de Joe, mi jefa, una mujer
amable y elegante procedente de los Estados Unidos. Me
llamaba la atención su actitud tan firme a la hora
de tomar decisiones. Fumar le hacía resaltar los
gestos de su personalidad y verle un cigarrillo en su
mano era una insinuación que me inspiraba.
En ese periodo muchos amigos míos me admiraban
por trabajar en una empresa multinacional. En realidad
yo no era sino una empleada común, pero empecé
a preocuparme sobre mi imagen, y como consecuencia de
esto empecé a imitar a otras personas: primero
el vestido y el maquillaje; luego el tono de hablar; y
al final, también el hábito de fumar, la
pose, la forma... como lo hacía Joe.
La primera vez que vi fumar a Joe fue un día en
que pasó a recogerme con su coche. Antes de poner
en marcha el motor, se puso unos guantes y unas gafas
de sol, y encendió un cigarrillo. Sus acciones
parecían muy coherentes y elegantes, y allí
se me metió en la mente la idea de que ella era
precisamente el tipo de feminidad al que yo aspiraba.
A partir de ese día empezaba a aprender de fumar
como Joe hasta que una noche de repente sentí que
no podía dormir sin antes echarme el último
pitillo. Ya era consciente de que había caído
en el vicio. No obstante, pronto me molestó comprobar
que Joe fumaba más bien poco, y nunca en la oficina,
ni en casa. La relación entre el tabaco y la elegancia
se empezaba a desvincular de lo que yo imaginé
en un principio, y así empecé a entender
que la elegancia no tiene nada que ver con el cigarrillo.
Entonces supe que había habido un absurdo malentendido
entre el cigarrillo y yo.
Decidí dejar de fumar. Tiré un paquete
de cigarrillos a medias en la papelera. Recuerdo que al
tirarlo me preguntaba por lo menos tres veces: "¿de
verdad soy capaz?" En ese momento apareció
en mi mente la viñeta de humor de un periódico:
un hombre decidido a dejar el tabaco lanzó un cigarrillo
por la ventana para salir en seguida a la calle para recuperarlo.
Yo no llegaría al extremo de recogerlo de la papelera.
Eran tan difíciles los días sin fumar.
Era un pulso constante, minuto a minuto. Iba aplazando
el momento de no fumar de cinco en cinco minutos. Así
hasta un día llegó a pasar, y ese día,
de regreso a casa respirando aire fresco, sin humo, sentí
la victoria. Al pasar por las tabaquerías tenía
ganas de gritar: "¡Ya no fumo!".
Cambié la costumbre de cenar con mis amigos y
empecé a cocinar en casa. Después de la
cena solía poner alguna película en el DVD
en vez de encender el ordenador y trabajar. Cuando aparecía
en la película una escena en la que alguien fumaba,
mi lengua, acostumbrada del sabor del tabaco, se movía
como extrañada. En esos momentos, para poder huir
de la tentación, tomaba una pastilla para dormir
y solucionaba el problema provisionalmente.
Con el fin de arrancar del vicio de fumar he hecho numerosos
planes para que no tuviera tiempo de pensar en el tabaco.
Para evitar ver a mis amigas fumadoras los fines de semana
me iba por las afueras de Beijing para respirar aire puro.
Poco a poco el deseo de fumar iba saliendo de mi mente.
Ya llevo seis meses sin fumar. Sé que he pasado
la época más dura. Hace un tiempo que he
dejado de ver la sombra tentadora de ese silencioso espíritu
maligno.
Queridos lectores, ¿qué piensan ustedes
tras leer estas historias personales? ¿Es muy diferente
a las historias en sus países? Nos gustaría
mucho poder recibir sus sugerencias, ideas o pensamientos
en cuanto a este tema.